Tradicionalmente, y desde los griegos, el comportamiento que se ha querido
evitar con la ética ha sido, bajo diferentes nombres, la intemperancia o akrasía, frente a la cual debía
establecerse el cuidado y dominio de sí mismo. Pero en la actualidad la ética
debe prestarse a impedir algo más básico, y es que estos dos fenómenos de la apatía moral, la alogia y la anestesia
mencionadas, dejen maltrecha o exánime nuestra simple capacidad de juzgar. Esta
facultad, congénita en el individuo, se encuentra en la frontera entre su razón
y su sensibilidad. Si uno, el razonamiento, nos hace contar con los demás y nos
permite proponer valores para la convivencia, la vida de los sentidos, como
complemento, nos presta la experiencia de tener
presentes a los individuos y de poder percibir,
hasta con emoción, los valores elegidos con ellos. El juicio moral vive de lo
uno y lo otro y contribuye a su supervivencia.
Ahora bien, en la era de la computación y de la realidad virtual hay menos
ocasiones que en otras épocas para tener presentes a los demás –y quizás a uno
mismo- y para percibir de igual modo sensible, acompañado de emoción, los
valores y las creencias de la cultura. Una cortina de datos e imágenes nos
ahorra, sin embargo, esta experiencia. Por eso, más allá del nihilismo o del
relativismo de los que hoy nos quejamos, el más duro escollo para una ética en
la sociedad de la información quizás sea cómo impedir que prosperen individuos
informados pero indiferentes, inteligentes pero crueles. Lo ético es ya evitar
la apatía y que se duerman los sentidos.
NORBERT BILBENY. La revolución en la ética. Hábitos y creencias en la sociedad digital. Barcelona, Ed. Anagrama, 1997
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