lunes, 29 de marzo de 2021

Tener presentes a los demás –y quizás a uno mismo.

 

Tradicionalmente, y desde los griegos, el comportamiento que se ha querido evitar con la ética ha sido, bajo diferentes nombres, la intemperancia o akrasía, frente a la cual debía establecerse el cuidado y dominio de sí mismo. Pero en la actualidad la ética debe prestarse a impedir algo más básico, y es que estos dos fenómenos de la apatía moral, la alogia y la anestesia mencionadas, dejen maltrecha o exánime nuestra simple capacidad de juzgar. Esta facultad, congénita en el individuo, se encuentra en la frontera entre su razón y su sensibilidad. Si uno, el razonamiento, nos hace contar con los demás y nos permite proponer valores para la convivencia, la vida de los sentidos, como complemento, nos presta la experiencia de tener presentes a los individuos y de poder percibir, hasta con emoción, los valores elegidos con ellos. El juicio moral vive de lo uno y lo otro y contribuye a su supervivencia.

Ahora bien, en la era de la computación y de la realidad virtual hay menos ocasiones que en otras épocas para tener presentes a los demás –y quizás a uno mismo- y para percibir de igual modo sensible, acompañado de emoción, los valores y las creencias de la cultura. Una cortina de datos e imágenes nos ahorra, sin embargo, esta experiencia. Por eso, más allá del nihilismo o del relativismo de los que hoy nos quejamos, el más duro escollo para una ética en la sociedad de la información quizás sea cómo impedir que prosperen individuos informados pero indiferentes, inteligentes pero crueles. Lo ético es ya evitar la apatía y que se duerman los sentidos.



NORBERT BILBENY. La revolución en la ética. Hábitos y creencias en la sociedad digital. Barcelona, Ed. Anagrama, 1997






No hay comentarios:

Publicar un comentario