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Fotografía: José Ángel Hernández |
Lo único que les pediría a quienes escriben libros es que dominen la lengua correctamente.
Que se presenten a premios más o menos desacreditados y vendan cuanto puedan. Que aprovechen viejos y nuevos medios, contactos, trueques, influencias... Están en su derecho, ellos y quienes les compran sus productos. Pero que respeten la lengua, por favor.
¿Quieren dar vergüenza ajena? Estamos cada vez más acostumbrados a ejemplares mediáticos que parecen sacados del "callejón del gato". Y en el caso de algunos líderes políticos sí que es peligroso.
Cada uno decide el tipo de música que quiere escuchar, pero a un tamborilero se le exige que sepa guardar el ritmo, y a un flautista que coloque bien los dedos para no desafinar. A unos músicos les veremos improvisar, otros se perderían sin partitura, pero no los llamaríamos músicos, ni siquiera los escucharíamos, si no supieran seguir el compás, si perdieran el tono al cantar, etc.
¿Y a quien usa la lengua como instrumento de trabajo?
"Para mi libertad, la poesía,
precisamente porque no se vende."
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