Un síntoma evidente de los cambios a los que me refiero se puede apreciar en las pancartas y carteles de las movilizaciones. Al principio sorprendía no ver los clásicos bloques y grupos bien acotados tras los símbolos y eslóganes preestablecidos de cada organización. Que cada individuo o grupo de personas elabore y enarbole aquellas palabras que desea expresar es menos previsible, menos tedioso, refleja otro modo de participar en el que cabe la creatividad y la imaginación: “No podemos apretarnos el cinturón y bajarnos los pantalones a la vez”, “Vamos despacio porque vamos lejos”, “Falta pan para tanto chorizo”, “Ni cara A ni cara B, queremos cambiar el disco”, “Nuestros sueños no caben en vuestras urnas”, “Me sobra mes a final de sueldo”, “Una sonrisa viaja más lejos”…
Se percibe una especie de sentimiento colectivo que invita a prescindir de siglas, a participar como individuo en algo que empieza ya a romper aciagos esquemas. Recuerdo especialmente una frase de Sol que pudiera tildarse de ingenua, pero que no por ello resulta menos entrañable: “Lo sentimos: aquí no hay líderes que puedan derrotarnos”. ¿Y si algún día lográsemos acariciar algo semejante? Desde luego, resulta más alentador abrir ese tipo de caminos para avanzar hacia otra realidad en la que cada ser humano intente tomar las riendas de su propia vida, que aquellos callejones sin salida, hacia supuestos modelos de cartón piedra, con patéticos remedos y sucursales, entre cuyas señas de identidad prevalecían la violencia, el dogmatismo, la verdad absoluta dictada por ancianos “timoneles”, que han quedado tan obsoletos como sus símbolos, como el sistema que pretendían combatir y sólo han llegado a emular cuando han vencido - no convencido. La autocrítica quizá debería de preceder a cualquier crítica. Una sana manera de aprender podría comenzar por negarse a comulgar con gigantescas y ancestrales ruedas de molino, tener el coraje de cuestionarnos y cambiar nosotros mismos antes que pretender que el mundo se acomode a nuestros esquemas demasiadas veces inamovibles o llevar cada cual el agua a su molino.
Seguirán llamándolos soñadores. Recuerdo los versos de António Gedeão: “Ellos no saben, ni sueñan / que el sueño dirige la vida / que siempre que un hombre sueña / el mundo salta y avanza / como bola de colores /entre las manos de un niño”.
Si algo viene demostrando la actual crisis, es (parafraseando a Gandhi) que, cuando la avaricia de algunos ha contagiado a casi todos, se vuelve insostenible para todos. ¿No es hora ya de superar intereses partidistas, corporativos… para establecer límites plausibles a la usura? En los versos de Oliverio Girondo: “antes de que la tierra se canse de atraernos / y brindarnos su seno, el cerebro les sirva para sentirse humanos, / ser hombres, / ser mujeres, / no cajas de caudales”.
Considero que no basta con plantearse dilemas: votar o no votar, votar A o votar B…, incluso seguir o no seguir una u otra forma de convocatoria. Antes, durante y después, quisiera encontrar una posición respecto a lo que sucede y respecto a mí mismo. Afirmó Bertrand Russell: “El problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas”. Sin entrar en dicotomías simplificadoras, quizá la verdadera fuerza, nuestra razón de ser, sea la duda permanente frente a lo establecido y, no en menor medida, frente a lo que seamos capaces de ir configurando.
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