domingo, 20 de mayo de 2012

seguía siendo cierta la belleza del mundo



En medio del terremoto que nos había sacudido, sólo los niños conservaban intacta la esperanza. Empecé a llevar a mi hija a las clases conmigo. La sentaba en la primera fila, entre las más pequeñas, y su presencia me confortaba. Por unas horas el círculo mágico se cerraba, aislado del mundo exterior. Juana y las niñas y yo habitábamos ese círculo dentro de cuyas barreras seguía siendo cierta la belleza del mundo. Una y otra vez percibía en los ojos absortos el esplendor de los descubrimientos.
“Las plantas se alimentan de la tierra. Los astros giran. Hay un mundo submarino apenas explorado. El hombre descubre el fuego, pinta las cuevas, aprende a cultivar la tierra.”
Los conocimientos que el hombre ha ido adquiriendo a través de los siglos, el brillante juego del pensamiento, la dulce congoja de la sensibilidad. Todo fluía dentro del círculo. Luego, las puertas se abrían y otra vez, en la calle, esperaban la sombra de la tristeza y la amenaza del miedo.


Historia de una maestra. Narrativas hispánicas, 1990





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