En la comunidad pashtún, guerrera por antonomasia, regida por los valores masculinos y con una ley basada en el código del honor, la mujer vive en condiciones extremadamente duras: se ocupa del rebaño, prepara la harina, cuece el pan, hila la lana, cose la ropa, pone a secar las pieles de los animales, riega los campos, transporta
en la cabeza enormes y pesados recipientes, mientras los hombres van a la mezquita o se sientan en la plaza del pueblo a hablar de la guerra. Pero ella nunca se lamenta, raramente menciona sus «dedos de terciopelo» con los que recoge espigas o el peso del cántaro que apenas soporta su espalda. Sufre sobre todo del aspecto moral de su servidumbre. Acogida con tristeza desde la cuna —el padre toma como duelo el nacimiento de una niña que será sólo moneda de cambio entre las familias del clan sin que nunca se le consulte— es humillada hasta el punto de que ni su marido se digna comer con ella.
Siendo, en general, analfabetas, estas mujeres polarizaron, en su sociedad, el arte de la poesía, cuando todavía podían cantar al ir a por agua a la fuente y en las fiestas, mientras el hombre se dedicaba exclusivamente a prepararse para la lucha. Sus versos son gritos del corazón, destellantes como relámpagos, que dejan ver un rostro rebelde y orgulloso.
En la comunidad afgana, el amor de la mujer es una falta grave castigada con la muerte. A las indisciplinadas se las mata fríamente. Las masacres de las amantes llevan una cola de venganzas de clanes interminables.Siendo, en general, analfabetas, estas mujeres polarizaron, en su sociedad, el arte de la poesía, cuando todavía podían cantar al ir a por agua a la fuente y en las fiestas, mientras el hombre se dedicaba exclusivamente a prepararse para la lucha. Sus versos son gritos del corazón, destellantes como relámpagos, que dejan ver un rostro rebelde y orgulloso.
Pero ellas no renuncian al amor secreto —que representa la libertad—, al contrario, ni un solo «landay» habla del amor conyugal, la fidelidad se reserva siempre para el amante. Así sus versos son gritos perpetuos de separación, y al marido impuesto
—generalmente un viejo o un niño— lo llaman «el pequeño horrible» y es con frecuencia tratado con chanza...
Estos acentos, en el juego del amor, son verdaderas provocaciones. Pero ¿qué representan, en realidad, los landays respecto a los códigos de la sociedad viril? Con frecuencia un estallido de risa. Mediante ellos, sus autoras escapan al hombre que las ve como propiedad, llevando a las consecuencias extremas su propia actitud…
Tampoco la terrible ley impuesta por los talibanes acabó con esas voces profundas y airadas, aunque estuvieran ocultas. Y es así porque, acaso sin saberlo, claman por una profunda verdad: la autonomía vinculada al amor. Y esa fuerza del amor no puede sino acabar triunfando.
Su triunfo, como los landays, estará por encima de religiones y fanatismos. Sin duda estas mujeres, detrás de sus burkas, intuyen que en el mundo violento y agónico que nos toca vivir, esta es la única arma que está al alcance de todos.
Clara Janés en
Tómame primero entre tus brazos, estréchame,
solamente después podrás anudarte a mis muslos de terciopelo.
Ven que te acaricie, que te abrace,
soy la brisa nocturna que morirá antes del alba.
¡Oh, primavera! Los granados están en flor.
De mi jardín guardaré para mi amado lejano
las granadas de mis senos.
Tú estabas oculto detrás de la puerta,
yo me frotaba los senos desnudos,
y tú me entreviste.
Si no sabías amar,
¿por qué has despertado mi corazón dormido?
Gràcies, Tomàs. Una abraçada.
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