Había que elegir y nadie podía sentir con más fuerza el conflicto que quien llevaba dentro de su ser ambas posibilidades; quien era poeta por naturaleza y filósofo por destino. (Como no es ahora de Platón de quien nos proponemos hablar, no podemos detenernos a mostrar cómo en los trances extremos de su filosofía acude al mito poético para revelarnos las verdades supremas y entonces las largas cadenas de razones quedan atrás, ante la luminosidad del misterio revelado. ¿Sabría Platón, entonces, que estaba haciendo poesía?)
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La Filosofía fue además –alguien se hizo plenamente cargo de ello- curación, consuelo y remedio de la melancolía inmensa del vivir entre fantasmas, sombras y espejismos. Pero la poesía no quiso curarse, no aceptó remedio, ni consuelo para la melancolía irremediable del tiempo, ante la tragedia del amor inalcanzado, ante la muerte. Más leal tal vez en esto que la filosofía, no quiso aceptar consuelo alguno y escarbó, escarbó en el misterio.
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Aún otra cosa, muy decisiva: el pensamiento filosófico se presentó a sí mismo como desinteresado. “De todos los saberes ninguno más inútil, pero ninguno más noble”, nos dice Aristóteles. Pero no sabemos cómo vino a parar enseguida en ser un poder y aun en pedir el poder con toda obviedad, según hace Platón en La República.
Pensamiento y poesía en la vida española. Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 2004
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