Pequeñas cosas a las que no quisiera renunciar:
-Seguir con un móvil que sólo sirve para llamar en caso de
necesidad, con el coche que quiso decir “hasta aquí he llegado” tantas veces,
con la tele barrigona que pactamos no encender.
-Preferir esa prenda raída con la que tan a gusto te sientes,
a la nueva cuyos zurcidos y sietes vienen de serie.
-Volver a casa con un manojo de leña a rastras (él y yo),
pensando en las eléctricas y el gobierno.
-Regalar unos huevos a los amigos, cuando las
gallinas quieren poner.
-El paseo con padres, hermanos, hijos o
amigos, cada cual con sus piernas, su caminador o su silla de ruedas, por donde
la conversación nos lleve.
-Asistir a las tertulias que huyen de las apariencias,
aunque nunca acabes de leer las novelas, o escribas versos de higos a brevas.
Si son durante la retransmisión de un partido Barça-Madrid, mejor.
-Comenzar a hacer yoga antes de que se impongan los
analgésicos para el dolor de espalda.
-Cuando las responsabilidades están más o menos cumplidas,
desenfundar a solas la guitarra (con público tiene que ser la hostia) y
escribir versos que el cajón nunca rechaza.
-...
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