Gabriel Celaya escribió que “la poesía es un arma cargada de futuro”.
Pero desde entonces han pasado muchas cosas en el mundo, también en el
literario, y tanto los escritores como los lectores se han vuelto más
escépticos en cuanto a las posibilidades transformadoras del arte. Sin
embargo, Qué hacemos con la literatura,
un ensayo colectivo aparecido hace poco, plantea precisamente esa
cuestión: si la literatura puede tener algún tipo de incidencia sobre la
realidad, es decir, si es preciso conformarse con que sea, en el mejor
de los casos, un juego inteligente y fuente de placer estético, o si eso
que se ha dado en llamar literatura comprometida tiene hoy sentido, y
cuál.
Para Armand Gatti, la respuesta siempre ha estado clara. La
literatura transforma, tiene una utilidad práctica. Refiriéndose a los
talleres multidisciplinares que ha organizado durante años con
marginados, dice: “Lo que nosotros buscamos no es lo social, es la
revolución. La verdadera revolución es la de la palabra. Yo pongo el
listón muy alto para arrancar a mis hermanos el lenguaje miserable al
que han sido condenados por la sociedad. El dominio de las palabras es
subversión e insolencia.”
La editorial Demipage ha publicado hace pocos meses una Antología
bilingüe, con traducción de Francisco Javier Irazoki, en la que se
recogen textos poéticos de Armand Gatti, el viejo anarquista –ha
cumplido noventa años-, y es un auténtico placer leer esos versos y
textos breves que rezuman rabia, confianza, lirismo y que, por
“comprometidos” que sean, no caen en ningún momento en el doctrinarismo,
en el eslogan fácil, en la banalidad bienintencionada. Quizá la
ausencia de dogmatismo tenga que ver con su convencimiento de que “una
certidumbre es una capitulación”, lo que no le lleva a la cómoda
tolerancia de quien no se atreve a afirmar nada; lo que él reivindica no
es la duda, sino la suposición, la hipótesis de trabajo.
Por eso, Gatti ha corregido y modificado una y otra vez sus obras,
para irse adaptando al paso del tiempo que altera nuestras suposiciones.
Y porque toda lengua se anquilosa, toda idea también; nada es lo mismo
cuando el contexto cambia. Como él mismo afirma: “Cuando decimos de una
revolución que se pudre, se trata de su lenguaje.” Y, en otro lugar:
“Así cada cual intentaba hablar con palabras
que, con ser idénticas,
no seguían iluminadas
por la misma comprensión de las cosas.”
que, con ser idénticas,
no seguían iluminadas
por la misma comprensión de las cosas.”
El lenguaje es la única herramienta pero hay que desconfiar de él,
porque puede ser también una forma de simplificación, de ponernos de
acuerdo sin estarlo. Como la vida es compleja, sus poemas se ramifican
–por ejemplo en el largo poema Muerte-obrero-, se abren en
varias acciones paralelas, creando una realidad que no se puede reducir a
lo evidente y negando la linealidad de los acontecimientos.
Hay en Antología mucho de autobiográfico, en un sentido
amplio: un largo poema en prosa nos habla de la madre, mientras que el
padre, un barrendero anarquista que murió asesinado, aparece en
distintos pasajes; pero la biografía personal es también una biografía
colectiva y por ello hay en sus páginas numerosas referencias a los
revolucionarios y resistentes que se han ido quedando por el camino. Sin
ese entrelazamiento entre el destino individual y el proceso histórico
la existencia parece perder el sentido:
“Pero la Historia no está hecha para nosotros.
No estamos hechos para la Historia.
Entonces ¿para qué estamos hechos?”
No estamos hechos para la Historia.
Entonces ¿para qué estamos hechos?”
En ese interés por quienes sí están hechos para la Historia, porque
pretenden desviarla de su camino previsible, Gatti se acerca a
acontecimientos concretos, a la denuncia:
“Así sucumbiste de un culatazo
en medio de cubas volcadas
y letreros que reclamaban
el salario mínimo garantizado.”
en medio de cubas volcadas
y letreros que reclamaban
el salario mínimo garantizado.”
Pero no se queda en el lenguaje acusador de la poesía social, porque
no renuncia a un lirismo en el que caben las estrellas, la noche, los
paisajes, la luna... Es fácil imaginar cómo la experiencia del paisaje y
lo nocturno se inscribe en la de la lucha en alguien que a los
diecisiete años se apuntó a la resistencia y vivió como maquis, y que
fue condenado a muerte y a trabajos forzados cerca de Hamburgo, como
sustitución de la pena capital gracias a su juventud; Gatti regresó a
pie a Francia; y para ello recorrió, solo, muchos cientos de kilómetros.
Ese amor por lo nocturno y por las constelaciones que guían a quien
está en el monte escondido recuerdan en algún momento El enamorado de la Osa Mayor, del contrabandista y escritor Sergiusz Piasecki.
Gatti tuvo una de esas vidas interesantes sobre las que nos gusta
leer pero que probablemente no nos gustaría vivir, o solo cuando ya
estuviésemos seguros de que la historia termina bien. Para resumir su
manera de enfrentar la vida y la literatura, baste una frase extraída de
su obra de teatro La pasión del general Franco, que escribió
–y luego dicen que la literatura no es útil- para recolectar dinero para
los mineros asturianos en huelga en los años sesenta y que provocó un
conflicto diplomático entre España y Francia, saldado con la prohibición
de la obra en el país vecino: “Aquel que en este siglo nunca haya
estado en prisión – nunca existió.”
Tal como están las cosas, puede que esa frase haya que acabar aplicándola también al siglo XXI.
http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/2014/03/es-la-literatura-un-arma-cargada-de-futuro.html
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