Dejo las herramientas de fontanería y empuño una brocha gorda. Ni el 23 de abril, ni el 24...
No renuncio a escribir. Uno tiene cosas que decir, sabe cómo quiere hacerlo, no conoce el absurdo temor a la página en blanco ni a acordes que se repitan como fórmulas vanas. Sin embargo, la conciencia de lo que se es, de lo que se vive, va consolidando una mirada. Cuándo y con quién será compartida no ha de preocupar. El compromiso, con la palabra. Y antes, con la vida. Quizá algún día las rosas recobren su propio aroma.
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