El término “buenismo” pretendería desacreditar, pero desacredita a quien lo utiliza. Con la soberbia de una catalogación de
raigambre dicotómica (bueno y malo), acusaría veladamente de ingenuidad o estulticia
a quien actúa con buena intención. ¿Será más inteligente el “malismo”, por
seguir con este lenguaje de moralina reduccionista?
Los listos de todas las épocas (y de todos los regímenes)
han intentado disimular y encubrir sus intereses. Ahora pareciera que algunos
se quitan la careta. ¿Llegarán a convencer, desde el complejo de inferioridad
moral que refleja su prepotencia, de que lo inteligente es la acción egoísta,
indiferente o insensible al sufrimiento ajeno? Esperemos que no, que sigan, al
menos, forzados por vergüenza (ya que no por conciencia) a su tradicional
hipocresía y cinismo. Significaría que, al margen de cómo se diriman los
dilemas éticos en el terreno personal (que tiren los puros la primera piedra) y
en el terreno colectivo (nosotros y nuestras circunstancias), al menos no se
renuncia a soñar un mundo algo más amable.
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