Ser hijo y nieto de mineros no tiene ningún mérito, obviamente. Sin embargo, habida cuenta de la deriva moral del mundo que nos ha tocado en suerte, paréceme que un cierto orgullo sería legítimo en los descendientes de quienes se jugaban la vida, se dejaban la piel y la salud por los suyos.
Así lo siento, señores. Sus zonas VIP me la traen "totalmente sin embargo" que diría mi amigo Salva.
Nuestro orgullo es de clase, aunque ya no se lleve. ¿Qué le vamos a hacer?
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