martes, 12 de octubre de 2010

Vivía entonces perfectamente solo, y el carácter afable de mi juventud desapareció de mi alma casi por completo. Lo incurable del siglo, por las cosas que cuento y por otras que me callo, se me había hecho evidente, y el hermoso consuelo de encontrar mi mundo en un alma, de abrazar a mi especie en una criatura amiga, me faltaba también.
¡Querido!, ¿qué sería la vida sin esperanza? Una chispa que salta del carbón y se extingue, o como cuando se escucha en la estación desapacible una ráfaga de viento que silba un instante y luego se calma, ¿eso seríamos nosotros?




Hiperión o el eremita en Grecia. Libros Hiperión, Madrid, 1976

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