“Todo lo que sucede, conviene”. La cita es de William Shakespeare y el seleccionador español, Vicente del Bosque, la utiliza como frase de cabecera en la gestión de las grandes crisis. Aparentemente, es una sentencia que puede denotar conformismo. Todo lo contrario. Esas palabras muestran a un hombre acostumbrado a digerir las curvas de la vida sin quedarse clavado en ellas lamentándose. “Si no me hubieran echado del Madrid, no hubiera sido campeón del mundo con la selección”, suele decir.
“Su vida nunca ha sido fácil. Su padre vivió las consecuencias de la represión franquista, en el Madrid tampoco le fue sencillo triunfar, ni como jugador ni como entrenador. Tuvo lesiones y padeció la muerte de su hermano Fermín, al que estaba muy unido. Ya como entrenador, le costó que creyeran en él, cuando ganó la octava Copa de Europa no sabía si iba a seguir y luego llegó la dolorosa no renovación de Florentino Pérez, con eso del librillo viejo”, relata Paco Cañamero, periodista y escritor salmantino autor de la biografía Vicente del Bosque. El triunfo de la dignidad, en la que resalta la influencia del diestro El Viti en su personalidad: “Como Vicente, era comedido en las grandes y en las malas tardes”.
Del Bosque. Libro El valor de la dignidad de Paco Cañamero.
La almendra inicial del barrio de Garrido de Salamanca permanece ahora oculta y rodeada por avenidas y edificios de nueva construcción. No lejos de ella, un tramo de la Avenida de Salamanca fue rebautizado como la Avenida de Vicente del Bosque tras la conquista del Mundial de Sudáfrica. Callejeando se llega a las entrañas de aquellas primeras viviendas de tres pisos de ladrillo visto que ocuparon en su mayoría los ferroviarios. Fermín, el padre de Del Bosque, fue factor de Renfe hasta que fue enviado a un campo de concentración por rojo. “Claro que mi padre tenía motivos para estar en contra de la dictadura, pero nos educó para dejar vivir en paz, en democracia, para formar una familia y ser responsables en el trabajo”, dice Del Bosque. Con su progenitor, una semana antes del día de los santos, siempre visitaba el cementerio y pasaban por la tumba de Miguel de Unamuno, una personalidad que le cautivó porque “era un hombre liberal, con respeto hacia los que no pensaban como él”.
En Río Yeltes, un callejón, se levanta una de esas edificaciones modestas que resumen el presupuesto de la clase obrera, ese Hasta aquí podemos pagar, aquí y así hemos de vivir. La barriada presume de seleccionador. “Un hombre que sabe estar, una persona normal”, recuerda con palabras recias un taxista. En Garrido, Del Bosque se aficionó al fútbol en un descampado. Su hermano Fermín cosía los balones. También al futbolín, un juego recreativo que dominó a la perfección. De pequeño los construía, y de juvenil era uno de los reyes de unos billares que cerraron hace un par de años. “El futbolín es muy competitivo y Vicente siempre lo ha sido, aunque no lo parezca”, dice Ángel Huertas, presidente de los veteranos de la Unión Deportiva Salamanca y amigo personal del seleccionador. “Le conocí un verano que fuimos a jugar un amistoso con el Salamanca a Portugal. No teníamos jugadores suficientes y el entrenador convocó a varios juveniles. Vicente jugó la segunda parte. Era muy alto y delgado, muy bueno técnicamente”, prosigue Huertas, que no encuentra diferencias entre el chico que conoció, el que se reencontró ya como jugador del Madrid y el hombre con el que ahora departe sobre el fútbol y la vida: “Siempre ha sido así, hablando muy despacito, sin ponerse nervioso. Con toda la presión en la Eurocopa y las críticas que ha aguantado, su reacción ha sido la de siempre: tranquilidad”.
“Tenía un carácter muy salmantino, formalito”, dice Toñete, el ojeador que le llevó al Madrid
Del barrio de Garrido, Del Bosque salió para no volver de la mano de Toñete, un ojeador de la zona contratado por el Real Madrid que fue el primer salmantino en obtener el título de entrenador nacional. En su casa de Ciudad Rodrigo, junto a informes de Quini, Aguilar, Corral y Santillana, aún conserva el manual del buen ojeador que el legendario Miguel Malvo, por entonces responsable de la cantera madridista, remitía a sus colaboradores. En la hoja se puede leer la necesidad de ser discreto y el mayor de los requerimientos: “Distinguir entre el buen jugador y el jugador para el Real Madrid”. “Vicente lo era. Técnicamente era irreprochable, un poco lento, pero tenía reflejos. Hacía muchos goles para ser centrocampista. Un comercial de la Renault me había dicho que en el Salmantino había un juvenil que era el mejor que había visto en toda su vida”, rememora Toñete, que no olvida aquel primer viaje a Madrid: “Fuimos en un Renault 8 su padre, mi sobrino Silva, que también iba para jugar en el Madrid, y Vicente. Con 16 años tenía un carácter muy salmantino, formalito. Él se parece mucho a su madre Carmen, una señora de mucha sensibilidad, una madre muy tradicional, siempre preocupada por sus hijos. Ahora, a Vicente se le ve sonriente, pero entonces era muy callado”. Toñete no dudó de lo que vendría después: “Aunque él diga que no, sabía perfectamente que sería futbolista del Madrid. He llevado muchos juveniles y siempre les daba consejos para que superaran esa necesidad de demostrar en tiempo récord lo que valían. Les decía que nunca estuvieran parados, que si había un córner, lo tiraran, que si había una falta, lo mismo. Con Del Bosque no hizo falta”.
“De no haber sido profesional del fútbol, probablemente hubiera sido profesor”, ha asegurado Del Bosque. “Como ciudad llena de estudiantes, Salamanca es muy viva, pero nunca me he sentido cómodo en la noche, ni allí ni cuando me hice profesional en el Madrid. Siempre he sido un desastre para la música”, explica.
Con su padre visitaba la tumba de Unamuno y de su madre heredó la sensibilidad
Uno de los últimos mensajes telefónicos que envió el seleccionador antes de la final de Kiev —“me lo mandó solo una hora antes”— tuvo como destinatario a Toñete, que no olvida la cara de preocupación de don Fermín cuando dejó a su hijo en Madrid. “Parecía que le habían arrancado el alma. Le consolé diciéndole que su hijo sabía a lo que venía, que no se preocupara, que no se iba a perder en la noche de Madrid”. Al poco de llegar, a la capital llegaban los ecos del mayo del 68 parisino. Su hermano Fermín le advirtió de los peligros de una ciudad que ya contaba con las primeras rendijas del aperturismo. Principalmente le previno contra las drogas. Durante dos meses, Del Bosque residió en una pensión cerca de la Gran Vía. De camino al metro presenció manifestaciones de jóvenes con pantalones acampanados en busca de democracia. Luego, viviendo en la calle Iglesia, caminaba hasta el Palacio de los Deportes para ver las veladas de boxeo de Urtain y Pedro Carrasco. Unos paseos por la ciudad que hoy hace en coche cuando, orgulloso, va a recoger a su hijo Álvaro, con síndrome de Down, al colegio.
En aquel Renault 8 de Toñete también podía haber viajado Gregorio Cardoso, un extremo izquierdo muy habilidoso que se lesionó de gravedad, precisamente en un encuentro de juveniles entre el Salmantino y el Real Madrid. “Ya era una persona comunicativa, sociable, con educación para saber estar y convivir en grupo”. Cardoso tiene grabado a fuego uno de los episodios futbolísticos que más marcaron a Del Bosque porque le curtió, un partido entre el Salmantino y el Burgos que fue una encerrona: “Fuimos a jugar a Burgos y no lo hicimos en El Plantío, nos llevaron a La Milanera, en las afueras. Del autobús al campo fuimos pasando entre la gente, que nos escupía a la cara y nos insultaba. Había jugadores nuestros que en el descanso lloraban y no querían salir a jugar”.
Del Bosque. Libro El valor de la dignidad de Paco Cañamero.
Sánchez Barrios, como Cardoso, fue otro extremo izquierdo habilidoso. Se crió en la cantera del Madrid y acabó en el Salamanca. “Yo tenía más vinculación con su hermano, porque cuando me fui a Salamanca sus padres me alquilaron un piso en el mismo edificio que ellos vivían. Tanto su padre como su madre nunca hicieron ostentación o presumieron de que su hijo jugara en el Real Madrid. Vicente estaba muy unido a su hermano Fermín, siempre que podía venía a verle. Me consta que después de su muerte se ha portado muy bien con su cuñada y sus sobrinos. La palabra normalidad, que no vulgaridad, es lo que le define. Su serenidad es anormal porque en un banquillo siempre hay mucha tensión”.
Sánchez Barrios quiere hacer hincapié en una faceta de Del Bosque que considera que no se ha valorado lo suficiente: “Vicente se metió en la AFE, que por entonces podía significar que te cortaran la cabeza, como a mí me sucedió”. Esa misma vertiente sindicalista la valora Ángel, compañero de Del Bosque en Real Madrid: “Ser jugador del Madrid y estar en el sindicato no era fácil, no estábamos allí por nosotros, que teníamos un buen estatus, sino por los compañeros que dormían en sacos porque no cobraban y porque reclamábamos seguridad social y abolir el derecho de retención”. Ángel, también salmantino, vivió una de las desazones deportivas más grandes que se ha llevado Del Bosque: perder la final de la Copa de Europa de 1981 ante el Liverpool. En esas, apareció Shakespeare con su Todo lo que sucede, conviene. “Vicente no lloró. Lo procesó diciendo que habíamos aprendido a competir y tendríamos otra oportunidad. Él las ha tenido como entrenador del Madrid y como seleccionador y ha salido ganador”. Con la misma humildad con la que viajó en aquel Renault 8.
Publicado en El País, LADISLAO J. MOÑINO Salamanca 8 JUL 2012
Gracias, Vicente, por tu ejemplo de humanidad en estos tiempos. Gracias, Paco, por tu libro tan necesario.
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