Tarde de habas,
revientan al unísono
todas las cáscaras:
ligado yo a mi madre,
soy parte del soneto.
Frente a una chica
que no conoce el mar
estoy plantado
con sombrero de paja,
extendiendo las manos.
Se va rodando
el sombrero de paja
y yo corriendo
para alcanzarlo vuelvo
acaso hasta mi pueblo.
Con el amigo
que ha perdido el dejillo
de nuestro pueblo,
qué amargo el café moka
de la conversación.
Como semilla
que se hubiera sembrado
dentro del sol
arden calladamente
tu mejilla y la mía.
Al escribir
que la vida no pasa
de ser tan solo
una pregunta, pasa
febrero en la gaviota.
Envejecí jugando
al escondite y aún
soy el que cuenta:
¿a quién voy a encontrar
en las fiestas del pueblo?
Vengo corriendo,
me detengo de golpe
y me adelantan
los vientos con su voz,
clamando por su tiempo.
Un girasol
de pétalos resecos
dado en ofrenda:
la tumba de mi padre
ya es más baja que yo.
Carga el cadáver
de una mariposa
una hormiguita:
no sé hasta dónde irá,
mas no proyecta sombra.
Mi apartamento
y la celda que habitas
en esa cárcel:
los unen bajo tierra
viejos tubos de gas.
Froto el cerillo
y, en un instante apenas,
niebla en el mar:
¿hay acaso una patria
por la cual arrojarse?
Versión de Iván Díaz Sancho.
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