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Todos los recuerdos son literarios, invención, recreación y narración
de un tiempo que no fue, en un lugar que no existió. Todos los
recuerdos son imágenes que empalidecen a la luz de lo real, que, como un
río, fluctúa en su propia condición líquida y acuosa. Recordar lo
sucedido en el pasado es imaginarlo, porque nada sucedió como lo
recordamos ni nada se recuerda como sucedió. Nadie se sumerge dos veces
en el río de la realidad, bien para zambullirse y nadar, bien para
cruzarlo y llegar a la otra orilla. Lo que fue ya no es ni será. Ni
siquiera fue cuando fue. Las orillas son nuevas, como somos nuevos
cuando recordamos y vivimos lo recordado. Somos seres confusos y difusos
en una orilla neblinosa.
La obra de Ramiro Pinilla, recientemente galardonado con el Premio
Euskadi, es un gran monumento dedicado la memoria, no histórica en
sentido literal, sino literaria en el sentido histórico. La historia
puede ser provisional, como la espera de luz nueva, lluvia nueva, savia
nueva, pero la literatura no lo es. Se levanta sobre el barro de la
historia y construye un edificio por donde resbalan y caen las gotas de
lluvia, la vida vivida y la otra, la que pasó entre sueños y pesadillas,
en duermevela.
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Escribir es mirar y señalar las cosas que suceden o han sucedido, tal y
como se ven desde esa falsa atalaya que es la memoria. La mirada de John
Ford es una sirena varada en el lecho de un río que se secó y espera la
venida de las aguas. La de Pinilla, mirada no única, mirada múltiple y
compleja, es como la de una flota que espera en puerto la llegada del
huracán, quizá del diluvio.
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