sábado, 3 de enero de 2015

Poética de la realidad, del sueño y del yo (fragmentos)






Las culturas podrían definirse como el conjunto de inaprensibles y cambiantes formas con que los grupos humanos se hacen, mediante permanentes creaciones materiales e ideales que conforman sistemas para sobrevivir, para aprehender la vida, para ser.
Desde el punto de vista pragmático, no es relevante la veracidad u objetividad de unas construcciones simbólicas, sino su eficacia social o individual. La fe y, en su caso, los rituales, pueden ayudar a un enfermo. Un constructo etnogenético puede coadyuvar a la cohesión social o a embarcar en una guerra… La eficacia de las construcciones es lo que interesa. Qué duda cabe que las construcciones compactas y uniformes son más eficaces, puesto que no hay resquicio para la duda, para la crisis de identidad o de sentido. Así, las sociedades complejas, con su pluralidad de universos simbólicos, junto a expresiones de anomia, viven el renacer de cultos, adhesiones fanáticas a grupos y a comunidades… La necesidad humana de “pertenecer a algo” reclama vínculos más profundos y emotivos que los proporcionados por la economía de mercado y nuestras instituciones. En momentos de crisis, estas tendencias, unidas al humano deseo de sentimiento de seguridad, pueden echarnos en brazos de pesadillas reales en forma de sueños de un reenraizamiento sociocultural melancólico, de una adhesión-exclusión forjada o inducida, afectiva y efectiva, mediante la manipulación psicosocial del miedo (y otras emociones y necesidades mencionadas), para la cual, los medios de comunicación de masas y otros agentes se muestran tremendamente eficientes y predispuestos.

Davant d’una bandera,
si jo fos cop de vent,
sempre m’aturaria
molt religiosament.


Si consideramos la eficacia simbólica y la arbitrariedad de tantas construcciones simbólicas (incluyendo símbolos modernos a los que se consagran vidas y muertes) la perplejidad quizá sea una reacción lógica. Si, además, analizamos la relativa facilidad con que hoy pueden fabricarse símbolos desde los intereses más variados, quizá lo que se imponga sea una cierta sensación de vértigo.

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Las ideologías cumplen funciones parecidas a las religiones. El vacío que dejan puede provocar anomia. Una ideología aporta esperanza y sentido, como la religión. Geertz cita a Weber y a Bentham:
imponer significación a la vida es el fin primordial y la condición primaria de la existencia humana.
Quizá la propia búsqueda sea el sentido, pasados ya los tiempos de imponer.
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Ciertamente, no podemos hacer otra cosa, al parecer, que buscar… El propio Nietzsche llega a afirmar:
Tendremos necesidad, en algún momento, de nuevos valores…
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Se trata, en cierto modo, de una poética de la realidad. Mas, como en el mundo de la palabra, es tarea ardua. Se hará desde aproximaciones y esquemas conceptuales y teóricos diversos, cada uno de los cuales, haciendo énfasis en unos aspectos, desvelará sólo en parte las preguntas. Porque, más que de respuestas, una poética se fundamenta en preguntas, las preguntas que una sociedad y, en sus diversas voces, un poeta, intenta encontrar. No hay más respuesta que emprender nuevas dudas. Quien necesite respuestas, siempre tendrá donde elegir; aunque lo más probable es que elijan a destiempo por él las respuestas preestablecidas. Podemos cambiar el nombre o la imagen que representa a los dioses, o a las ideas, pero seguirán siendo construcciones humanas. Cuando hay necesidad de buscar algo, o se encuentra, o se construye, efectiva y afectivamente.
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El sueño podría, por tanto, ir consistiendo en ser. Esto enlaza con la siguiente poética en la que quisiera entrar, la del yo. Pero, como seres sociales que somos en esencia, por lo que sobrevivimos y llegamos a constituirnos, con la palabra, el pensamiento y la creatividad como las fibras y los huesos de este ser, no podemos rehuir el cultivo del aspecto social sin deshumanizarnos.
En este inicio de milenio, a fuer de derrumbes innumerables de construcciones de cartón piedra, se dan circunstancias propicias para la construcción de sentido aunque, como es habitual en nuestra especie, también para evitarlo con la globalización del sinsentido, la destrucción y el horror. La coexistencia del autoengaño personal y colectivo en forma de religiones, ideologías o cientifismos diversos parece inaugurar esta era de la llamada aldea global, no sin fenómenos que fuerzan la preeminencia de uno u otro tipo de heteroengaño a la hora de preservar, justificar o instigar las eternas lacras de la humanidad: la guerra y la miseria.
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Pueblos de latitudes diversas nombran a los miembros de su tribu con una palabra que significa “hombre”. Supuestamente, en nuestras sociedades “avanzadas” los idiomas deberían precisar, a partir del conocimiento de la práctica totalidad de las culturas y de los pueblos del planeta y de la complejidad de nuestras propias sociedades. Mas las conceptualizaciones excluyentes persisten: “Nosotros los ……..” Un mandamiento ordena “amar al prójimo como a ti mismo”. Quizá el sentido etimológico del término “prójimo” sea más fácil de asimilar, como ocurre con la palabra tolerancia, que remite a “tolerar”, es decir, a soportar. Porque en el palimpsesto de la vida...
Se torna a odiar lo otro y el otro, maestro,
barrenando la esencial heterogeneidad del ser.

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Quizá se ha comenzado demasiadas veces la casa por el tejado. En la necesidad histórica de rebeldía ante situaciones infrahumanas, ante estructuras de dominación que imponían condiciones insoportables, los cambios se focalizan en la estructura, pero sin lograr alterarla esencialmente, puesto que los agentes del cambio no encuentran otra solución en esas circunstancias que colocarse en la cúspide de la estructura social, supuestamente en beneficio de los que seguirán en la base. El proceso de burocratización está servido de antemano. Quizá los esfuerzos debieran focalizarse, por una parte, en la libertad para el cambio personal y, por la otra, en la construcción de valores humanos comunes y consensuados sin derecho a veto, aunque relativizando el relativismo.

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Pero… ¿no reside en la propia esencia del símbolo la previsibilidad de sus sucesivos momentos? Al menos en las construcciones simbólicas conocidas hasta nuestra época, a pesar de algunas pretensiones de universalidad, se viene a revelar su carácter dual: cohesionador y excluyente, así como sus diversos momentos:
Tras la “ruptura profética” (Weber), pasado el primer ímpetu, el “carisma se convierte en rutina”. Esto enlaza con la noción de Freud de “la obligación de la repetición”, proceso por el cual, las formas de inspiración que se han generado en algunas experiencias de communitas, se han repetido en mímesis simbólica y se convierten en formas rutinarias de la estructura.
Por tanto, la tarea del pensamiento sería continuar siempre dudando.

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Quizá hemos llegado al punto de intentar

Cambiar pequeñas cosas
para que nada siga igual.
Porque no es menos su primer fonema
que lo que abarcará
nuestra locura.


 

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