Ciertamente en nuestro país es fácil ser pesimista. Cuando unos empiezan a trabajar duro para “sobrear”: es que la gente no se moviliza, aunque se hayan realizado miles de manifestaciones. Cuando las movilizaciones ya no se pueden seguir ignorando: eso es flor de un día, no hay organización política que canalice la indignación, ya hemos conocido otros momentos de asamblearismo. Cuando logran organizarse quienes intentan recoger ese caudal de rebeldía para conseguir su expresión política: ¿lo ves? tienen sus contradicciones.
Así no hay nada que hacer, así seguiríamos con una de las frases más asquerosas que se pueden escuchar: “es lo que hay”. O con aquella de un personaje de dibujos animados: ¡Oh cielos, qué horror!
Sin embargo, esas frases pueden ser síntoma de actitudes diversas. Quizá la pusilánime del “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”, con la conciencia tranquila, eso sí, (el pusilánime se viste con los harapos de la hipocresía), pues “me compadezco” de los millones de parados, de la pobreza infantil, de los jóvenes que tienen que exiliarse a otros países, de la degradación moral de quienes exigen sacrificios mientras se forran a costa del dinero público, etc. Quizá la actitud cínica de intentar que “los míos” se beneficien, saquen tajada de las nuevas situaciones generadas por el malestar social. Los míos pueden ser mi partido, mi comunidad autónoma, mi, mi, mi. “A río revuelto, ganancia de pescadores”.
A quienes descubren ahora las contradicciones de quienes luchan por cambiar las cosas, les diría que siempre existirán. Sólo el pensamiento único, el pensamiento de la jerarquía y el sometimiento absoluto, no revela sus contradicciones, aunque las tenga y las salde drásticamente.
Lo siento, no voy a ilusionarme. Pero tampoco desaprovecharé la oportunidad de expresarme con mi voto, aunque al día siguiente tendremos que seguir trabajando por todo aquello que nos parece justo, por la cultura -hoy ninguneada-, por el bienestar social, por los derechos y libertades que hay que recuperar… Es la gente de a pie, somos cada uno de nosotros, los que creamos la democracia día a día o dejamos que se pervierta su sentido.
Ya estamos acostumbrándonos a la utilización del miedo como herramienta política por parte de quien se aferra al poder político y económico. Antes “la prima de riesgo”, ahora la “recuperación” de quien no oye hablar de los parados…
A mí, personalmente, lo que me da miedo es lo que podemos esperar si nada cambia, si seguimos perdiendo derechos y libertades, si seguimos permitiendo que minen el futuro.
Concluyo con unas palabras que siempre escuché a mis padres: -¿De qué es el miedo? -Del cagajón que está quedo. Y ellos sabían, en propia carne, lo que hay que temer.
Si los políticos nos utilizan, utilicémoslos nosotros, como lo hacen quienes nunca dejarán de ir a votar por sus intereses.
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