domingo, 28 de junio de 2015

SIN ALHARACAS





Constato que lo que diga un editor importante puede encandilar a quien se aproxima tangencialmente a cierta visión de la poesía. También puede provocar una indignación legítima en quienes, sintiéndose obviamente aludidos y aludidas, optan por defender obras y nombres.
A menudo olvidamos que no ofende quien quiere, sino quien puede. Y que nadie puede hacerlo si no le otorgamos esa capacidad.
En cierto tipo de minusvaloraciones no se refleja más que la propia ignorancia. El ensoberbecimiento que a menudo conlleva una posición desvela las propias carencias más que las ajenas que se pretenden juzgar.
Es lógico que un vendedor cuente los ejemplares vendidos, los libros publicados… Es la lógica de una perspectiva que declara la comprensibilidad o presunta incomprensibilidad de la poesía como criterio de valor, que renuncia, por tanto, a un aspecto esencial de la condición de editor: discernir desde otros criterios menos profanos, menos determinados por lo comercial (el acceso de determinado público o la garantía del prepago de un premio…).
Compañeros y compañeras poetas, quizá sea hora de ignorar la ignorancia, quizá sea hora de volver a un trabajo humilde y callado, como el del agua que va por debajo, que no llega al aire sino por la savia.
Un cálido abrazo.



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