MI CUERPO y mi ánimo coinciden en una plaza tranquila. Estos dos tenderos se saludan y, todas las mañanas, fijan sus precios y ferian los productos apilados. Solamente regatean sobre el valor de algunos recuerdos, y al atardecer miden las luces de otoño puestas en el platillo. Recogen mercancías y números. La edad es una bola que corre en silencio por el suelo empedrado.
Hoy mis dos dependientes son mojados por una lluvia oblicua y se apresuran a refugiarse bajo la cubierta de un armazón de maderas hincadas. La violencia del temporal ha dispersado los círculos comerciales. La ropa, los cuadernos y las especias se empapan mientras mi cuerpo y mi ánimo examinan el aguacero.
Ya escampó, y de las hojas de los cerezos y laureles caen gruesas gotas. Algo abre o rompe las esferas de agua, y seres conocidos bajan liberados. "Quise a esa mujer", "llevaba tanto tiempo sin ver a mi amante...", "ahí va el amgio", comentan los dos almacenistas. Pero nada puede impedir que las figuras reconocidas se disgreguen al chocar contra el pavimento, o que se desarticulen en el aire si vienen de un árbol impreciso de la memoria.
Mis dos mercaderes saben que la lluvia les trajo el anticipo de su vejez, el tiempo en que las ausencias nos visitan. La bola de su edad rueda a oscuras al doblar una esquina de la plaza.
Los hombres intermitentes. Hiperión. Madrid, 2006
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