Dicen que hay un debate sobre la poesía. Que hay jóvenes que están “triunfando” con ayuda de su trabajo previo en las redes sociales. Que están vendiendo como nunca ha vendido la poesía. Que si eso no es poesía, que si esto, que si lo otro.
Paréceme que afloran a destiempo las vestiduras rasgadas. Desde hace décadas, en este país se venía sufriendo la hegemonía de una poesía que pensaba más en el posible público que en el propio trabajo creativo. No es necesario explicar cómo se manifestaba tal hegemonía. Tampoco la “forma” que campaba a partir de tales criterios. Lo que ahora se critica pudiera no ser más que una vuelta más de tuerca en esos parámetros, aunque aprovechando los nuevos medios. Admito que se pueden haber pasado de rosca –no los leo-, considero que la cuestión fundamental sigue sin abordarse.
Al margen de historias, la poesía, con más o menos reconocimiento, ha existido y existirá. En los últimos años, algunas compuertas se han abierto hacia cierto rigor.
No soy amigo de cotos ni de juicios, pero sí de calibrar y de discernir. Recuerdo que durante cierto verano de mi adolescencia, me indignaba que una canción de Georgie Dann compitiese en las listas con “Wish you were here”. Seguí mi búsqueda.
No me interesan las polémicas. Intento realizar mi labor con criterios propios en lugar de señalar eriales.
¿Qué es el éxito? Quizá un verso.
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