La forma suprema de felicidad y, por consiguiente, de bien es la que permite edificar, sobre el tiempo de cada instante, una cierta tendencia a sobrepasar su efímera constitución, y engarzar la problemática plenitud de los días en la firme congruencia que amalgama el presente hacia el futuro, y sintetiza el “ahora” en la memoria y en la esperanza.
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