En todas las épocas ha habido
ganancias inmoderadas, no sujetas a norma alguna, cuantas veces se ha
presentado la ocasión de realizarlas. Así como se permitían la guerra y la
piratería, se admitía también el comercio libre, es decir, no sujeto a normas, en
las relaciones con las razas extrañas, con los extranjeros; la “moral exterior”
permitía en este campo lo que condenaba en la relación “entre hermanos”. (…)
Muy a menudo, coexistían el desenfreno absoluto y consciente de la voluntad de
lucrarse y la fiel sumisión a las normas tradicionales. Cuando la tradición se
derrumbó y la libre concurrencia penetró con mayor o menor intensidad incluso
en el interior de las organizaciones sociales, no se siguió de ordinario una
afirmación y valoración ética de esta novedad, sino que más bien se la toleró
prácticamente, considerándosela o como algo indiferente desde el punto de vista
ético o como cosa reprobable, aun cuando inevitable, por desgracia, en la
práctica. Tal era no sólo la actitud normal de las teorías éticas, sino también
la conducta práctica del hombre medio de la época…
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