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Fotografía: José Ángel Hernández |
Lo malo de los diversos chats, entre otras cosas, es que resulta más arduo saber en qué tono nos expresamos que intuir la vida del subsuelo a partir de lo que se muestra a la luz.
Hay que adivinar los sentimientos y emociones que subyacen, la ironía... Nada como el gesto, la voz, la expresión corporal y el contexto de la comunicación. Millones de emoticonos no logran sustituir una mirada.
Nos están reduciendo a apéndices de las máquinas. Cuando queramos diferenciarnos de ellas, el cerebro se nos habrá vuelto estrictamente dicotómico y seremos un remedo de on/of, punto/raya, blanco/negro, absoluta ausencia de matices.
Al tiempo.