La cuestión, por consiguiente, no es tanto saber si somos dueños o esclavos de nuestras máquinas sino si estas aún sirven al mundo y a sus cosas, o si, por el contrario, dichas máquinas y el movimiento automático de sus procesos han comenzado a dominar e incluso a destruir el mundo.
Para una sociedad de laborantes, el mundo de las máquinas se ha convertido en sustituto del mundo real, aunque este seudo-mundo no pueda realizar la tarea más importante del artificio humano, que es la de ofrecer a los mortales un domicilio más permanente y estable que ellos mismos.
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