En las revoluciones intenta la abstracción sublevarse
contra lo concreto: por eso es consustancial a las revoluciones el fracaso.
La primera condición para un mejoramiento de la situación
presente es hacerse bien cargo de su enorme dificultad. Sólo esto nos llevará a
atacar el mal en los estratos hondos donde verdaderamente se origina. Es, en
efecto, muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de
caer bajo el poder de los demagogos.
¡Trámites, normas, cortesía, usos intermediarios, justicia,
razón! ¿De qué vino inventar todo esto, crear tanta complicación? Todo ello se
resume en la palabra “civilización”, que al través de la idea de civis, el ciudadano, descubre su propio
origen. Se trata con todo ello de hacer posible la ciudad, la comunidad, la
convivencia. Por eso, si miramos por dentro cada uno de esos trebejos de la
civilización que acabo de enumerar, hallaremos una misma entraña en todos.
Todos, en efecto, suponen el deseo radical y progresivo de contar cada persona
con las demás. Civilización es, antes que nada, voluntad de convivencia. Se es
incivil y bárbaro en la medida en que no se cuente con los demás. La barbarie
es tendencia a la disociación.
Los oiréis hablar en fórmulas taxativas sobre sí mismos y
sobre su contorno, lo cual indicaría que poseen ideas sobre todo ello. Pero si
analizáis someramente esas ideas, notaréis que no reflejan mucho ni poco la
realidad a que parecen referirse, y si ahondáis más en el análisis hallaréis
que ni siquiera pretenden ajustarse a tal realidad. Todo lo contrario: el
individuo trata con ellas de interceptar su propia visión de lo real, de su
vida misma. Porque la vida es por lo pronto un caos donde uno está perdido. El
hombre lo sospecha; pero le aterra encontrarse cara a cara con esa terrible
realidad, y procura ocultarla con un telón fantasmagórico donde todo está muy
claro. (…) Como esto es la pura verdad –a saber, que vivir es sentirse
perdido-, el que lo acepta ya ha empezado a encontrarse, ya ha comenzado a
descubrir su auténtica realidad, ya está en lo firme. Instintivamente, lo mismo
que el náufrago, buscará algo a que agarrarse, y esa mirada trágica,
perentoria, absolutamente veraz porque se trata de salvarse, le hará ordenar el
caos de su vida. Estas son las únicas ideas verdaderas: las ideas de los
náufragos. Lo demás es retórica, postura, íntima farsa. El que no se siente de
verdad perdido se pierde inexorablemente; es decir, no se encuentra jamás, no
topa nunca con la propia realidad.
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