Nuestras consideraciones pueden resumirse diciendo que la
racionalidad puede entenderse como una disposición de los sujetos capaces de
lenguaje y de acción. Se manifiesta en formas de comportamiento para las que
existen en cada caso buenas razones. Esto significa que las emisiones o
manifestaciones racionales son accesibles a un enjuiciamiento objetivo. Lo cual
es válido para todas las manifestaciones simbólicas que, a lo menos
implícitamente, vayan vinculadas a pretensiones de validez (o a pretensiones que
guarden una relación interna con una pretensión de validez susceptible de
crítica). Todo examen explícito de pretensiones de validez controvertidas
requiere una forma más exigente de comunicación, que satisfaga los presupuestos
propios de la argumentación.
Las argumentaciones hacen posible un comportamiento que
puede considerarse racional en un sentido especial, a saber: el aprender de los
errores una vez que se los ha identificado. Mientras que la susceptibilidad de
crítica y de fundamentación de las manifestaciones se limita a remitir a la
posibilidad de la argumentación, los procesos de aprendizaje por los que
adquirimos conocimientos teóricos y visión moral, ampliamos y renovamos nuestro
lenguaje evaluativo y superamos autoengaños y dificultades de comprensión,
precisan de la argumentación.
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