“La exclusividad con la que en la segunda mitad del siglo XIX se dejó determinar la visión entera del mundo del hombre moderno por las ciencias positivas y se dejó deslumbrar por la prosperidad hecha posible por ellas, significó paralelamente un desvío indiferente respecto de las cuestiones realmente decisivas para una humanidad auténtica. Meras ciencias de hechos hacen meros hombres de hechos. El viraje en la estima y valoración pública resultó inevitable después de la guerra, y en la generación más joven se produjo, como es sabido, un sentimiento claramente hostil. En nuestra indigencia vital –oímos decir- nada tiene esta ciencia que decirnos. Las cuestiones que excluye por principio son precisamente las más candentes para unos seres sometidos, en esta época desventurada, a mutaciones decisivas: las cuestiones relativas al sentido o sinsentido de esta entera existencia humana. En su universalidad y necesidad para todos los hombres, ¿no requieren acaso reflexiones generales y respuestas racionalmente fundamentadas? Son cuestiones que afectan, en definitiva, al hombre en cuanto ser que en su conducta respecto del entorno humano y extrahumano decide libremente, en cuanto ser que es libre en sus posibilidades de configurarse a sí mismo en forma racional y de conformar no menos racionalmente su entorno. ¿Qué tiene la ciencia que decirnos sobre la razón y la sinrazón, qué sobre nosotros, los seres humanos, en cuanto sujetos de esta libertad?”
Edmund Husserl. La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Ed. Crítica, Barcelona, 1991
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