Unos cuantos amigos quedamos para
subir a San Marcial en bici. Mi BH de paseo conocía cada recodo del trayecto.
Cuando volvía de “la uni” me esperaba el paisaje de la Bahía del Txingudi.
Pronto comenzaron a reírse de mi
parsimonia. Aprovechar el peso del cuerpo en cada pedalada, sin sentarme, era
mi manera de resistir sin tener que bajarme de la bicicleta. Dos o tres
veces se perdieron sus risas veloces en las curvas siguientes.
A medio camino, cuando empezaba a disfrutar de la
sombra de los árboles autóctonos, los volví a pasar, con calma. Desistían de subirse a las bicis.
Llegué sin bajarme. Los esperé.
Aquella perspectiva siempre sorprendía
como la primera vez.
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