lunes, 7 de junio de 2010

MARÍA ZAMBRANO

María se nos ha hecho tan transparente que la vemos al mismo tiempo en Suiza, en Roma o en La Habana. Acompañada de Araceli no le teme al fuego ni al hielo. Tiene los gatos frígidos y los gatos térmicos, aquellos fantasmas elásticos de Baudelaire la miran tan despaciosamente que María temerosa comienza a escribir. La he oído conversar desde Platón hasta Husserl en días alternos y opuestos por el vértice, y terminar cantando un corrido mexicano. Las olitas jónicas del Mediterráneo, los gatos que utilizaban la palabra como, que según los egipcios unían todas las cosas como una metáfora inmutable, le hablaban al oído mientras Araceli trazaba un círculo mágico con doce gatos zodiacales, y cada uno esperaba su momento para salmodiar El libro de los muertos. María es ya para mí como una sibila a la cual tenuamente nos acercamos, creyendo oír el centro de la tierra y el cielo de empíreo, que está más allá del cielo visible. Vivirla, sentirla llegar como una nube, es como tomar una copa de vino y hundirnos en su légamo. Ella todavía puede despedirse abrazada con Araceli, pero siempre retorna como una luz temblorosa.
Marzo y 1975
Fragmentos a su imán. Poesía completa. Alianza Literaria, Madrid, 1999.

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