Lo más grande del mundo es saber pertenecerse.
El verdadero espejo de nuestras razones es el curso de nuestras vidas.
Sabemos decir: así dice Cicerón; he aquí las costumbres de Platón; son las propias palabras de Aristóteles. Pero nosotros, ¿qué decimos nosotros? ¿Qué opinamos? ¿Qué hacemos? Lo mismo diría un loro. (…) Nos dejamos caer con tal confianza en brazos de los demás que anulamos nuestras fuerzas. ¿Qué quiero armarme contra el miedo a la muerte? Lo hago a expensas de Séneca. ¿Qué quiero hallar consuelo para mí o para otro? Lo encuentro en Cicerón. Lo encontraría en mí mismo si me hubiesen enseñado a ello. Nada me gusta de esta sabiduría relativa y mendigada.
Cualquier ciencia es perjudicial para quien no posee la ciencia de la bondad.
Siempre tendríamos que preguntar cuál es el mejor sabio y no el más sabio.
Todos estamos hechos de retazos y somos de constitución tan informe y diversa que, a cada momento, cada parte de nosotros juega su papel. Y existe tanta diferencia entre uno y uno mismo, como entre uno y los demás.
La sabiduría no domina nuestra condición humana.
La costumbre nos oculta el verdadero rostro de las cosas.
Lo que no se puede conseguir mediante la razón, la prudencia y la habilidad, nunca se conseguirá por la fuerza.
Si a veces nos detuviéramos en estudiarnos y utilizásemos el tiempo que empleamos en examinar a los demás, y en conocer las cosas que están a nuestro alrededor, para profundizar en nosotros mismos, fácilmente nos daríamos cuenta de lo débiles y falibles que son las partes de nuestra persona.
Nada habrá perdido el hombre que se tiene a sí mismo.
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