¿De qué hablamos cuando no sabemos de qué hablar? Imaginémonos que dos personas desconocidas se encuentran en una parada de autobús, en la sala de espera de un hospital o en la barra de un bar. Suponiendo que estén solos, ¿serían capaces de charlar entre ellos? Pregunto que si, aparte de los saludos de rigor, estarían dispuestos a comunicarse, a decirse palabras. Todo depende, claro, del estado de ánimo de cada cual, de que tengan el teléfono móvil inoperativo, o de otras circunstancias que son difíciles de explicar o describir.
Una de las dos personas comenzaría a hablar del tiempo, del calor o del frío, de la lluvia que está anunciada para el fin de semana, justo cuando la pequeña hace la comunión. La otra asentiría educadamente, y añadiría que nada es seguro, pero que, en todo caso, hay fenómenos que suceden sin que podamos evitarlos. Después se haría un silencio, tras el cual pensarían comentar el último partido de fútbol jugado por el equipo local. Pero, ¿y si uno de los dos no fuera aficionado, o fuera seguidor de otro equipo? Volverían a callar, por prudencia. Podrían citar, como de paso, la programación de televisión. Una de las dos personas diría que es aburrida, pero que a veces ponen buenas películas. Y la otra respondería que sí, pero que están muy vistas, porque las reponen una y otra vez.
Otro silencio. En ese momento de la reunión, ambas personas estarían deseando que llegara el autobús, que les llamarán desde el altavoz del hospital, o que el camarero les echara, aduciendo lo tarde que se estaba haciendo y que el ayuntamiento es muy estricto con el horario de los locales. Ahí podrían reencontrarse y hablar sobre la gestión municipal u hospitalaria. Pero no es probable; son temas normalmente controvertidos que no se airean si no es con amigos o conocidos, en cuadrilla o en la intimidad, cuando la distancia moral y física deja de existir. Dos extraños que se encuentran en un momento y en un lugar concreto, sin ningún conocimiento anterior, difícilmente hablaran sobre temas profundos, lo cual no quiere decir que nunca vaya a suceder. Me da la sensación de que el de la conversación es un arte que no se va a extinguir nunca.
Sé, por experiencia, que los seres humanos necesitamos sentir algún alivio verbal, cuando la realidad emergente nos supera o nos empuja a alguno de los muchos abismos que existen, no todos imaginarios. Buscamos que alguien nos escuche, que sienta en la piel el eco de nuestras palabras, que salen, a veces lentamente, a veces en estampida, desparramándose. No siempre sabemos lo que decimos, ni queremos decir lo que ya sabemos; las frases pueden sonar absurdas y parecer carentes de sentido. Pero el hecho de que alguien nos escuche o nos preste atención significa que no estamos solos del todo, que siempre hay alguna posibilidad de recobrar afectos.
El Diario Vasco, 24 de mayo de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario