La incredulidad es un lujo terrible.
El deseo que habla y que grita es siempre torpe;
es al deseo que calla al que debemos temer.
Hacemos más por quienes tememos que por quienes amamos.
¡Para amar suficiente hay que amar demasiado!
El tiempo es la ribera del espíritu; todo pasa frente a él, y uno cree que es él el que pasa.
El ejército del que uno se vale para sojuzgar está él mismo sojuzgado, y el martillo recibe tantos golpes como el yunque.
El estómago es la tierra donde germina el pensamiento.
La peor rueda es la que hace más ruido.
¿La eternidad? Sin duda me encantará; uno entra en ella tumbado.
Pensamientos y Rivariolianas. Periférica, Cáceres, 2006
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