viernes, 7 de octubre de 2011

El orden de las cosas


 Todo estaba repartido desde el principio
A la jirafa, un corazón de pozo profundo
A Ulises el divino, los nudos de su balsa
A cada siglo, su propio cuchillo afilado
A cada máscara, un solo personaje
Al agua, no pasar del cuello
Al vértigo, la inmovilidad si la desea
Al llanto de Demócrito, la risa de Heráclito
A los amigos, más de lo posible
A la hija única, todas las fotografías de su madre
A los padres de todos, que nada cambie demasiado
Al día, la amenaza del infinito
A las vacas de peluche, el mito de Europa
A la tierra plana, otras cosas bellas que no existen
A la ciudad, un círculo, una línea y buena suerte
A los libros, que valgan al menos lo mismo
que un minuto de realidad
Al camello, el reino de los cielos directamente
Al lugar en que se nace, una maleta con brújula
Al lugar en que se muere, otra (y juro que existen)
A la mierda, tantos años de hambre
A Narciso, un estanque limpio
A los caminos laterales, que se vuelvan centrales
(y a los centrales, que se vayan de fiesta)
A la luz, ser monopolio de un solo sentido
A los amantes, hacer largo su viaje
A los poetas jóvenes, tres manuales de métrica
A los poetas mayores, ver lo que veía Rilke
A la alegría, una manzana, un Buda y un relámpago
Al azar, todo lo demás





Lo demás queda al azar, Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2011.

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