viernes, 11 de octubre de 2024

El otro

 


Todo el mundo opina sobre todas las cuestiones. Pero ¿en qué se basa cada opinión? ¿De dónde proceden los argumentos, si los hubiere?
¿Quieres opinar sobre los movimientos migratorios? ¿O simplemente quieres utilizarlos como propaganda para ganar votos?
Si realmente quieres opinar con algo de criterio, quizá debieras comenzar por formarte. Es obvio que el origen, las causas de los fenómenos deberían analizarse para abordar su realidad. ¿Podríamos comprender lo que ahora sucede sin saber cómo se ha gestado?
El problema es que, por más libertad de expresión que haya, si no se ha consolidado el esfuerzo, el hábito de pensar, ¿qué se va a expresar? Lo que nos digan. Normalmente lo que inoculan interesadamente los deformadores de opinión, que los hay muy variados. 
Hoy comprobamos que cualquier descerebrado puede tener audiencia. No hay filtro en las redes. Para bien y para mal. El mejor filtro sería el criterio bien formado de quien las utiliza. Volvemos al meollo de la cuestión: hay que pensar. 
Por mi experiencia profesional, creo que cuando se evita pensar es porque constituye un gasto de energía, un esfuerzo nada desdeñable. ¿Para qué voy a hacer un esfuerzo a largo plazo si al final no se verá en el espejo? ¿Que no entiendo lo que pasa ni lo que me pasa? Alguien me lo explicará. Sólo tengo que creérmelo.

Para comprender los fenómenos migratorios, habrá que comenzar por conocer algo de la historia, del colonialismo. La perspectiva de Simone Weil tiene un valor excepcional, pues supera la doble moral a la que nos tienen acostumbrados. No me extraña que de Gaulle la llamase loca. Me recuerda la divina locura de Alonso Quijano, opuesta a la esquizofrénica doble moral de la modernidad, de la Ilustración, de los totalitarismos de derecha o de izquierda, e incluso de las democracias que hablan de humanismo en general.




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