Fotografía: José Ángel Hernández |
Los cambios esenciales nunca tienen prisa. El tiempo es su aliado.
La tierra no se regenera de un día para otro. Añadirle insumos permite que produzca a corto plazo, pero la hace dependiente de lo que le aportemos. En cambio, si la ayudamos a recuperar su estructura, sus microorganismos, su vida, garantizamos su fertilidad natural. Los aprendizajes que nos permiten ayudarla se adquieren con calma, con estudio y experiencia. Nunca pensé en la importancia de la entomología o la vermicultura. De los insectos y de las lombrices dependemos en gran medida. Últimamente se habla, por necesidad, de las abejas. No insistiré. Darwin ya estudió las lombrices de tierra. Uno no deja de sorprenderse.
Las plantas más comunes del campo: jara, retama, romero, olivarda, ruda, etcétera, van llegando a nuestro rincón. En ellas anidan insectos que se alimentan de los que habitualmente se convierten en plagas de los huertos. Si intervenimos para reducir la vida a unas pocas especies, como siempre, o generando monocultivos, quebramos el equilibrio ecológico. Así, la ausencia de luciérnagas permite la proliferación de caracoles; si no hay mariquitas, los pulgones se convertirán en plaga; si faltan crisopas, la araña roja o la mosca blanca infectarán nuestros cultivos, por poner algunos ejemplos muy habituales.
Como es bien sabido, cuanto más aprendes, más conciencia adquieres de todo lo que ignoras. Y más te apasionas, al comprobar los avances pero, sobre todo, las posibilidades de aprender mucho más para cambiar. Cambiar nuestra relación con un pedazo de tierra requiere educar nuestra mirada y generar nuevos hábitos. Aprender para actuar mejor. Actuar mejor para seguir aprendiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario