Apenas escuchados y leídos los más o menos sesudos análisis respecto a los resultados de las pasadas elecciones, me aventuro a exponer, con los riesgos de toda síntesis, lo que considero necesario no olvidar.
Básicamente hay dos factores que hacen perder a lo que se sigue llamando izquierda (obviemos el debate sobre las denominaciones).
En primer lugar, la baja participación, resultado del “desencanto”, que afecta especialmente a las teóricas opciones de cambio. Quienes no dudan de sus intereses o de lo que les han hecho creer que son sus intereses, suelen cerrar filas. ¿Hay razones objetivas para el desencanto? Bastantes. Y no me refiero a las campañas en contra, sino a las propias carencias y contradicciones.
En segundo lugar, la división. Aún seguimos observando cada día una atención casi obsesiva hacia quienes nos disputan el espacio político. Seguimos comprobando, en general, la atomización de opciones por territorios, por herencias ideológicas…
Hay otros factores, por supuesto, pero estos dos, con una larga trayectoria histórica en diferentes expresiones políticas, han sido y continúan siendo fundamentales.
Difícil abordarlos. Inevitable, si se quiere avanzar. Que cada cual se pregunte, si le apetece, su posicionamiento respecto a estos dos factores, pues tenemos la última palabra.
Personalmente, considero que la clave es, en cierto modo, una pizca de humildad. Echar balones fuera, seguir enrocados en nuestros planteamientos y no colaborar más que de manera oportunista, nos lleva a más de lo mismo. Ya estamos más que cansados del espectáculo, creo. De maniobras por un lado e inmovilismo por otro.
Se trata ya de solucionar los problemas o de constituirse en problema.
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