sábado, 30 de enero de 2021

En estos tiempos de pandemia

 

Un filósofo contemporáneo, argumentador impenitente, al cual se le hacía ver que sus razonamientos, irreprochablemente deducidos, tenían en contra suya la experiencia, puso fin a la discusión con esta simple frase: “la experiencia yerra”; y es que la idea de reglamentar administrativamente la vida se halla más extendida de lo que parece.

 

HENRI BERGSON

 

     En estos tiempos de pandemia se ha puesto de relieve que nuestras concepciones pueden chocar con la realidad y salir milagrosamente indemnes. En otras circunstancias podríamos decir que "bastante desgracia tiene" quien no quiere o no puede aprender. El problema es que ahora constatamos cómo nos afecta a todos el hecho de que un cierto nivel de pensamiento científico y de desarrollo moral no haya sido alcanzado, pese a la alfabetización. Esto nos hace recordar que “la educación es cosa de toda la tribu”.

En esta realidad material y humana hemos de intentar sobrevivir, al menos hasta que, gracias a la investigación y a la medicina, nuestro organismo pueda hacerle frente sin mayores estragos. ¿Qué nos puede ayudar? La prudencia, el conocimiento y el amor. “Ni el amor sin conocimiento, ni el conocimiento sin amor pueden producir una buena vida” escribió Bertrand Russell.

Sin dejarnos atenazar por el miedo, sin que la tristeza consiga vencernos, hay que actuar con cautela ante una situación de peligro real para todos. Nuestras creencias, nuestras opiniones, nuestras concepciones, cumplen funciones de consuelo, de reducción de la angustia ante una realidad incierta y muy dura… Pero nos harán un flaco favor si llegan a negar la realidad o una parte significativa de ella en estas circunstancias. La realidad, errada por nuestra incapacidad para hacerla mejor, no yerra en un aspecto: ser la que es, no la que quisiéramos o la que interpretemos cada cual.

                Conocimiento y ética, queridos amigos. 


El infinito en un junco

 



Anteanoche lo acabé. Un placer. Muestra una pasión por la palabra, que reconocemos, con la frescura de quien contagia su entusiasmo. Sanamente envidio los descubrimientos que Irene comparte y cómo ha logrado hacerlo. Lo he recomendado desde el principio. Felicito a la autora. Esta obra se merece el éxito que ha tenido. Sobran los argumentos. No es fácil conseguir el equilibrio entre el rigor formal, cierta erudición especializada y la comunicación. Irene contagia su pasión porque comunica afectivamente.