lunes, 24 de octubre de 2011

Como un niño

                        prendado
                                        que descubre
partículas
                 de insólitos colores
                                                 sin las cuales
el aire
           no sostiene
y en adelante
                      evitará su tacto,
pidiera
            comprensión
si no hay susurro
                            en el pasar
                                              de página,
si desoyera
                     por entre las palabras
                                                         vuestros pasos.
Disculpad
                  si aún emprendo
sin armas
                 ni bagaje
                                 otras miradas
—el único paisaje
                              de luz
                                          no detenida.
Inerme,
              en el aire,
                               la semilla acaba.




De Pavesas

martes, 18 de octubre de 2011

Un resquicio en el no ser




Quisiera dedicar estas líneas a quienes están sufriendo las consecuencias de la crisis de manera más directa y salvaje, no únicamente en nuestro entorno. Quien ha formado parte en algún momento de las denigrantes colas de las oficinas del INEM desearía que sus palabras, en este contexto, sirviesen para algo; para mitigar, al menos, tanta y tanta angustia. Pero las palabras resultan insuficientes, por más que procuren cimentar la esperanza. Es cuando hiere el sentimiento de no disponer apenas de certezas, de caminar con un hato de dudas a cuestas. Antonio Machado escribía: no os aconsejo la duda a la manera de los filósofos, ni siquiera de los escépticos propiamente dichos, sino la duda poética, que es duda humana, de hombre solitario y desencaminado, entre caminos. Entre caminos que no conducen a ninguna parte. En estos tiempos de anomia, la duda no alimenta ni el cuerpo ni el espíritu. Reclamamos asideros fuertes. Proliferan viejos y nuevos dogmas.
¿Y si algún paradigma pudiera convencerme sin vencerme? Mas el gregarismo y la renuncia a utilizar la propia materia gris suelen constituir la derrota inicial de cualquier anhelo común.
Así pues, ¿para qué tanta letra? ¿Para aprender a andar en la desorientación? ¿Para dejar de desbrozar viejos callejones sin salida e intentar formular nuevas preguntas entre todos? ¿Para compartir, escuchar, aprender…?
-Pero la gente necesita respuestas –me indica un buen amigo. Si no las obtiene, volverá a los mitos de cada cultura y de otros momentos históricos.
-Quienes fabrican respuestas pret a porter, por novedosas que parezcan, han diseñado por los demás previamente las preguntas (o sus sucedáneos). Aunque la capacidad para profundizar en análisis, establecer hipótesis, utilizar la imaginación, etc. sea, lógicamente, muy desigual, por primera vez en la historia se dan las condiciones que permiten niveles de interacción muy diferentes para la construcción colectiva de conocimiento. Ya no se trata de que un grupo social privilegiado transmita al resto sus presuntas verdades. Y lo mismo se puede aplicar a la participación ciudadana en la vida política. Existen las posibilidades pero, ¿estamos preparados para aprovecharlas plenamente? ¿Hay algún interés en ello?
-¿Y qué aporta la poesía en semejante realidad? –continuaría mi querido amigo, aquel con el cual converso, que siempre va conmigo.
-Sabemos que las máquinas ya superan en algunos aspectos a nuestro cerebro. Pero la poesía podría coadyuvar, junto a otras artes y disciplinas, a recordarnos que somos algo más que obediencia y memoria. Podría sugerirnos que no tiene por qué quedar reservada a unos sectores determinados, sino que, de alguna manera, quizá debiera volver a formar parte de la vida de todos los pueblos.
- Ya, pero ¿para qué? ¿Qué puede la poesía?
- Quizá nada, quizá todo. Quizá su lentitud, su mirada preñada de ucronías nos permita intuir que todos somos otros. Quizá nos interrogue: ¿qué beneficio queda en una bala? Quizá constituya un intersticio de libertad, precisamente porque no se paga. Su titánico crecimiento ínfimo podría permitirnos sentir la disonancia de un acorde o contagiar la efímera alegría de un resquicio en el no ser. ¿Qué sé yo? Se ausenta cuando intentamos subyugarla y convertirla en herramienta. Sueña con un futuro descargado de armas. No aplaca la impotencia frente a tanta ignominia, mas logra transformarnos y confiere sentido en tanto que es búsqueda permanente. Nada útil, nada eficaz, nada rentable, ciertamente, mas ¿no será por ello imprescindible en esta realidad y en estos momentos, en que la tiranía de lo útil, lo eficaz y lo rentable nos niega individual y colectivamente, nos convierte en piezas intercambiables de un gran engranaje, nos arrastra hacia abismos que no deseamos ver?
Resultaría imposible sintetizar en unas líneas para qué y cómo se nos hace imprescindible la poesía, pero admito que es una de las escasas certezas que me quedan y que quisiera preservar.




Publicado en el Diari de Tarragona el 19 de octubre de 2011

lunes, 17 de octubre de 2011

II







No, no sueño. Vigor
De creación concluye
Su paraíso aquí:
Penumbra de costumbre.


Y este ser implacable
Que se me impone ahora
De nuevo —vaguedad
Resolviéndose en forma


De variación de almohada,
En blancura de lienzo,
En mano sobre embozo,
En el tendido cuerpo


Que aun recuerda los astros
Y gravita bien— este
Ser, avasallador
Universal, mantiene


También su plenitud
En lo desconocido:
Un más allá de veras
Misterioso, realísimo.





domingo, 16 de octubre de 2011


Manifestación indignados Barcelona




Manifestación en Madrid

domingo, 9 de octubre de 2011

La literatura y los que la leen (fragmentos).




No es insólito (ni apenas beneficioso para el progreso de la cultura) que algunos escritores menosprecien a otros en voz alta por ocupar una posición distante de la suya en la escala general de las tendencias literarias. Por lo visto ignoran que el estilo por sí solo es un criterio insuficiente para determinar la calidad de una obra. Un escritor no ejerce mal su oficio porque nos disguste su manera de escribir. Sería absurdo criticar a un cocinero experto en platos chinos por la simple razón de que nuestro paladar deteste el arroz. El escritor no flojea porque practique el realismo, la poesía barroca o la escritura vanguardista, sino porque, dentro de su tendencia particular, carece de unas cualidades determinadas.

De poco sirve ejercitar dichas cualidades, cualesquiera que sean si los lectores no disponen de antenas intelectuales para captarlas, en cuyo caso el escritor deberá resignarse a la suerte del pianista que pulsa las teclas de su instrumento ante un público sordo.



La expectativa de una recompensa a la labor llevada a término es propia del hombre libre. El esclavo, pobrecillo, ¿qué va a esperar? Existen desde luego recompensas de muchas clases. Se cuenta que en 1928 Bertolt Brecht recibió un automóvil a cambio de un poema. La remuneración en dinero o en especie no significa que el escritor haya despachado la tarea con mérito ni que dicho mérito, de haber existido, sea cuantificable, aunque no falten en el gremio literario quienes crean que valen lo que se les paga. En rigor, no hay recompensa más digna que la de comprobar que no se ha trabajado en vano, que lo que uno hizo con perseverancia y esmero en su soledad laboriosa resulta útil, significativo, quizá deleitoso, para los demás.

De autores con talento y de lectores avezados se hace la literatura digna de tal nombre. De lectores exigentes con aquello que se les ofrece, pero también consigo mismos. Lo cual implica disposición por su parte a afinar el gusto, a superar dificultades de lectura, a enfrentarse con textos cuyos secretos no se dejan desentrañar así como así, antes bien con ayuda de una carga notable de dedicación y paciencia.



Hoy día abundan los escritores que aprovechan cualquier oportunidad para cubrir de requiebros a los aficionados a los libros. Obviamente los adulan llevados de la certera intuición de que sin ellos no son nada. Por lo mismo podrían injuriarlos a fin de golpear su atención. Buscan público sin distinción de intereses y calidades, al modo de una flor que saliera volando en pos de cuantos insectos pululan por la zona, sean polinizadores o no.

Abandonan entonces su lugar natural, el escritorio; emprenden campañas de promoción que con frecuencia los obligan a ir de ciudad en ciudad convertidos en viajantes de comercio de sus propios libros, procurando generar noticia y diseminar su retrato y su nombre en los medios de comunicación.



No se puede endosar a los lectores la responsabilidad de sostener la literatura. Libro en mano, corresponde a cada uno de ellos la decisión de valerse de la actividad lectora para pasar un buen rato, soltar unas carcajadas u olvidar las penalidades de la jornada. Por la misma regla de tres, la literatura de calidad no es ni tarea ni placer para todo el mundo, y el hecho de que se distribuya dentro de libros, electrónicos o de papel, no significa que merezca la misma consideración que otros libros de similar formato cuya finalidad se aparta de la expresión escrita con intención estética. Y esto es así por cuanto la literatura exige de sus receptores un grado no pequeño de formación cultural, además de una serie de cualidades que no todo el mundo por desgracia posee, como la sensibilidad para determinados registros y temas, la paciencia para el libro voluminoso, para el que frecuenta zonas de vocabulario inusual, para el que abunda en innovaciones estilísticas; en fin, para el que no se deja leer con un ojo mientras se mira con el otro a otra parte.



Fragmentos del artículo publicado en El País el 8 de octubre de 2011

http://www.elpais.com/articulo/portada/literatura/leen/elpepuculbab/20111008elpbabpor_38/Tes

viernes, 7 de octubre de 2011

El orden de las cosas


 Todo estaba repartido desde el principio
A la jirafa, un corazón de pozo profundo
A Ulises el divino, los nudos de su balsa
A cada siglo, su propio cuchillo afilado
A cada máscara, un solo personaje
Al agua, no pasar del cuello
Al vértigo, la inmovilidad si la desea
Al llanto de Demócrito, la risa de Heráclito
A los amigos, más de lo posible
A la hija única, todas las fotografías de su madre
A los padres de todos, que nada cambie demasiado
Al día, la amenaza del infinito
A las vacas de peluche, el mito de Europa
A la tierra plana, otras cosas bellas que no existen
A la ciudad, un círculo, una línea y buena suerte
A los libros, que valgan al menos lo mismo
que un minuto de realidad
Al camello, el reino de los cielos directamente
Al lugar en que se nace, una maleta con brújula
Al lugar en que se muere, otra (y juro que existen)
A la mierda, tantos años de hambre
A Narciso, un estanque limpio
A los caminos laterales, que se vuelvan centrales
(y a los centrales, que se vayan de fiesta)
A la luz, ser monopolio de un solo sentido
A los amantes, hacer largo su viaje
A los poetas jóvenes, tres manuales de métrica
A los poetas mayores, ver lo que veía Rilke
A la alegría, una manzana, un Buda y un relámpago
Al azar, todo lo demás





Lo demás queda al azar, Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2011.