miércoles, 31 de agosto de 2011

Alfonsina y el mar




- Cientos de canciones hace difícil la elección de una para contar su trasfondo.

-Yo diría que es imposible elegir, me gustan todas, pero les contaré de una.
Tengo una zamba que ya está en el mundo, se llama “Alfonsina y el mar” está dedicada a la escritora Alfonsina Storni, porque ella tuvo un maestro en su infancia que se llamó Zenón Ramírez, era mi padre Cuando ella murió fue el quien me contó su vida y todo su sufrimiento. Lo cierto es que cuando estaba componiendo Mujeres Argentinas se cumplía un nuevo aniversario de su muerte. Entonces Félix Luna me dijo-“No podés dejar de escribir sobre Alfonsina”. Y me trajo sus poemas. Muchos que ya conocía por mi padre. Me llevó a ver los diarios del día de su muerte, cuando recogieron su cadáver y lo metieron en un tren que llegó a Constitución. Cuentan los diarios del ’38 que hubo más de 2000 personas en la estación para recibir sus restos. La poetisa, la gran mujer y la directora de enseñanza de niños. A ella que se crió en Coronda con su padre y se educó con el mío, la esperaba un público de niños de 10 a 12 años, 15, 20, quienes habían dejado de serlo pero habían sido alumnos de ella. Ese acto de amor me conmovió profundamente. Si bien yo no la conocí personalmente, mi padre me había trasmitido mucho de su infancia. Entonces me resultó muy fácil escribir sobre ella. Primero yo hago la música y Luna escribió la letra. Hoy es una de las canciones más famosas en el mundo. No hay país que no la cante, En Israel, Grecia, Holanda, traducida a muchísimos idiomas.
Fragmento de entrevista a Ariel Ramírez en Clarín. Marzo de 2009



Palabras para Julia

sábado, 27 de agosto de 2011

Pantallas





Supongamos que no tenemos nada mejor que hacer que situarnos ante una pantalla.
El diccionario de la RAE recoge, entre otras, las siguientes acepciones de esta palabra:
6. f. Persona o cosa que, puesta delante de otra, la oculta o le hace sombra.
7. f. Persona que, a sabiendas o sin conocerlo, llama hacia sí la atención en tanto que otra hace o logra secretamente una cosa. Le sirvió de pantalla.

Uno cree que dispone de nuevas herramientas maravillosas y entrega lo más preciado -su tiempo- al conocimiento y al servicio -antes que al uso- de tales herramientas. Así nos ocultamos tras nosotros mismos y nos hacemos sombra.





miércoles, 24 de agosto de 2011

Desglaç



T’estimo quan et sé nua com una nena,
com una mà badada, com un reclam agut
i tendre que em cridés des d’una branca nua,
com un peix que oblidés que existeixen els hams.

Com un peix esglaiat amb un ham a la boca.
Com l’estrall en els ulls de l’infant mutilat
en el somni, en la carn. Com la sang que s’escola.
Nua com una sang.


T’estimo quan et sé nua com la navalla,
com una fulla viva i oferta, com un llamp
que la calcina, cec. Com l’herba, com la pluja.
Com la meva ombra, nua rere el mirall glaçat.

Tan nua com un pit enganxat als meus llavis.
Com el llavi desclòs d’un vell desdentegat
encarat a la mort. Com l’hora desarmada
i oberta del desglaç.



Edicions 62 - Empúries, Barcelona, 1988









martes, 23 de agosto de 2011

Codicia


Hay quien sigue pensando que los mercados mundiales se rigen por principios naturales, que el buen funcionamiento de los mismos es signo de salud, y que el malo evidente señal de enfermedad.

Las metáforas ocultan el sentido de la realidad, pero no lo eliminan. Si se dice que «cuando Wall Street se resfría, Europa estornuda» lo que debemos entender es que la economía europea no es más que una filial o parte sumisa de la americana, como un brazo lo es del tronco, y la nariz del rostro.

Si se dice que hay «una mano invisible» que guía las actividades del mercado, hay que tomarlo en el sentido de que hay algo que impulsa a la transacción, y no es otro que el afán de beneficio.

El afán de beneficio desordenado y no sujeto más que a la propia ambición y voluntad es codicia. Ya lo dijo Quevedo que «por nuestra codicia lo mucho es poco, por nuestra necesidad lo poco es mucho». De ahondarse la crisis, la necesidad acabará convirtiéndose en virtud y hasta lo poco será envidiable y lujoso, como la felicidad ajena.

El codicioso, cuando en vez de ganancias sin límite saca perdidas de sus negocios, acaba enfrentándose a todos, y va mendigando la ayuda que en su momento desechó.

Usó y abusó de la liberalidad general, como los niños dejados de todo cuidado, que se solazan y se pierden en diversiones varias, sin importarles demasiado las consecuencias. Mas, luego, cuando en el fragor del juego se hacen daño, llaman la atención paterna, para que los curen, sanen y todo vuelva a ser como antes.




Publicado en PLAZA DE GIPUZKOA, El Diario Vasco.











Trilce

Trilce

Blowing in the wind

Insistimos...







lunes, 22 de agosto de 2011

Grito hacia Roma





Desde la torre del Crysler Building






Manzanas levemente heridas
por los finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.

Poeta en Nueva York. Austral. Ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1972



sábado, 13 de agosto de 2011

Genealogías






La literatura no es ni verdad ni mentira: es ficción. Mientras la memoria global se acuerde de recordárnoslo, la humanidad irá más o menos bien. Por eso José María Cumbreño (Cáceres, 1972) es un peligro para el equilibrio de la especie.

Es un poeta de lo real. Cumbreño se relaciona directamente con sus lectores, sin necesidad de que nadie (nosotras, por ejemplo) medie y se lleve porcentaje: “Todo paisaje realista es en realidad un paisaje simbólico./ Aristóteles decía que no se puede pensar sin imágenes” niega la ficción como posibilidad, porque la realidad es en sí misma un producto de nuestra imaginación. Los seres humanos hablamos de lo que conocemos y de lo que desconocemos: ambas cosas nos interesan por igual. En Genealogías, Cumbreño escribe sobre la familia, sea de sangre o de tradición. Manifiesta desconfianza hacia lo que se dice de ella. Supera complejos de Edipo por SMS o en el foro de www.solonovias.com, desenmascarando de paso a algún que otro rey de Tebas que asesinó a su padre a conciencia (“Kafka se inventó que se llevaba mal con el suyo con tal de escribir un libro”. Cumbreño es PADRE. Nos explica qué significa. A veces sospechamos que sólo es poeta para querer a su hija a través del arte: “Aunque las cosas sólo existen del todo cuando Irene las mira”. Y es más cosas, Cumbreño. Es un poeta que nos deja sin trabajo a los críticos. Es un creador de ficción que asumimos como nuestra realidad auténtica. Cumbreño. Poesía. Verdad.

Luces de Gálibo, Girona, 2011

 
Reseña en El Cultural, de A. Sáenz de Zaitegui. Publicado el 15/07/2011









Vidas minadas

viernes, 12 de agosto de 2011

Estos niños





Estos niños que cantan y levantan
la vida
en los corros del mundo
que no son muro sino puerta abierta
donde si una vez se entra verdaderamente
nunca se sale,
porque nunca se sale del milagro.






viernes, 5 de agosto de 2011

Lo más grande del mundo es saber pertenecerse.



El verdadero espejo de nuestras razones es el curso de nuestras vidas.



Sabemos decir: así dice Cicerón; he aquí las costumbres de Platón; son las propias palabras de Aristóteles. Pero nosotros, ¿qué decimos nosotros? ¿Qué opinamos? ¿Qué hacemos? Lo mismo diría un loro. (…) Nos dejamos caer con tal confianza en brazos de los demás que anulamos nuestras fuerzas. ¿Qué quiero armarme contra el miedo a la muerte? Lo hago a expensas de Séneca. ¿Qué quiero hallar consuelo para mí o para otro? Lo encuentro en Cicerón. Lo encontraría en mí mismo si me hubiesen enseñado a ello. Nada me gusta de esta sabiduría relativa y mendigada.



Cualquier ciencia es perjudicial para quien no posee la ciencia de la bondad.



Siempre tendríamos que preguntar cuál es el mejor sabio y no el más sabio.



Todos estamos hechos de retazos y somos de constitución tan informe y diversa que, a cada momento, cada parte de nosotros juega su papel. Y existe tanta diferencia entre uno y uno mismo, como entre uno y los demás.



La sabiduría no domina nuestra condición humana.



La costumbre nos oculta el verdadero rostro de las cosas.



Lo que no se puede conseguir mediante la razón, la prudencia y la habilidad, nunca se conseguirá por la fuerza.



Si a veces nos detuviéramos en estudiarnos y utilizásemos el tiempo que empleamos en examinar a los demás, y en conocer las cosas que están a nuestro alrededor, para profundizar en nosotros mismos, fácilmente nos daríamos cuenta de lo débiles y falibles que son las partes de nuestra persona.



Nada habrá perdido el hombre que se tiene a sí mismo.


jueves, 4 de agosto de 2011

La herida de Spinoza



Nuestra hipótesis es que la política de los afectos consiste básicamente en inocular ese pensamiento/sentimiento de infinitud de manera que se reproduzca en el interior de cada sujeto. La cuestión política fundamental es ésa y luego se trata de administrarla desde ese principio fundamental. Cabría entonces reconocer una estructura profunda y una superficial de lo político. La estructura profunda tiende a ser común y es la del afecto básico dominante. En la superficial siguen jugando las diferencias entre los partidos e incluso entre las ideologías, que en gran medida escenifican un teatro de la administración en el que, además de intereses muy concretos y precisos, lo que está en juego es la gestión de los afectos. Los rasgos principales de lo que se ha dado en llamar crisis de la política tienen todo que ver con esto: la pérdida de peso de los Estados-nación vinculada a la llamada globalización, la transferencia a las multinacionales de las grandes decisiones, el juego creciente de los sistemas de marketing en lugar de las ideas, la supuesta desaparición de ideologías, etc. Tales fenómenos tienen que ver sobre todo con el hecho de que todos ellos dependen de eso que hemos llamado estructura profunda, en una especie de consenso tácito en torno a ese universo compartido que guía y organiza el poder.

Sería simplificar en exceso decir simplemente que ese universo común es el modo capitalista y añadir después toda la jerga habitual al respecto. Y sería simplificar mucho, entre otras razones, porque ese universo compartido no lo es ni lo ha sido sólo del capitalismo. Hemos visto ya como el universo fascista en sus distintas versiones y el universo nazi y el soviético estaban construidos con los mismos materiales y aparecían como caricaturas trágicas, como versiones exasperadas de ese universo compartido, si bien es cierto que incapaces de gestionarlo sin acudir a la fuerza de manera permanente. Por tanto esa simplificación, sin ser falsa en sí misma, no permitiría comprender ni avanzar en el análisis de la política de los afectos. (…)

Lo característico sería entonces que esa configuración no posee un relato propio, sino más bien la capacidad de fagocitar cuantos relatos emerjan, todos los relatos posibles. Esa idea parece muy adecuada para acercarnos entonces a una especie de relato invisible, que sería capaz de estar presente en todos los demás relatos, y que como tal sería la esencia de la realidad que buscamos. (…)

Por un lado, una filosofía tan rigurosa y compleja como la de Foucault, después de analizar durante décadas el poder y el discurso, regresó finalmente al cuidado de sí y a la idea del amor como el lugar donde poner en marcha una ética y una estética de la existencia. Si consideramos que el tema del poder había llevado a Foucault a un laberinto del que parecía difícil salir, como han puesto de manifiesto sus críticos, tal vez esa salida pueda encontrar respuesta en el interés por el amor, tomada esa noción en un sentido amplio. Las lecturas de Michel Foucault acerca del cuidado de sí y de la formación de la vida erótica y amorosa en la historia de la sexualidad pueden desde luego interpretarse como una respuesta final de su trayectoria, tal vez la respuesta al problema del poder y el discurso al que tantas páginas dedicó, o bien como una respuesta al problema básico encerrado en la noción de biopolítica que él mismo acuñó.

(…) No hablamos por tanto del odio como pasión y como fracaso, es decir, como impotencia, sino de esa forma de odio que se debe transfigurar en otras formas, en ideología, en mercado, en empoderamiento, en formas que sean capaces de transfigurar el odio estructural en ideal de justicia, en emancipación, en libertad, un odio estructural que sólo se manifiesta en su forma perversa cuando esas pantallas se rompen y dejan al descubierto la impotencia de la omnipotencia, del mismo modo que las barbaries nazi y estalinista lo han hecho históricamente a gran escala. Desde el acoso escolar a la bulimia o su inverso, que es la anorexia, la violencia gratuita del escolar que asesina, las mil formas que encontramos cotidianamente en los noticieros, no son sino microformas de esas grietas que una y otra vez se abren y cuya máxima expresión es el terror en forma de guerra. Ese odio básico y transfigurado que como tal puede asumir incluso la forma de la solidaridad es entonces el principio rector vigilante e interior de cada conciencia que guía las conductas y que pretende constituir el principio ético básico de las sociedades occidentales contemporáneas. Es decir, se trata siempre, cuando hablamos de esas pantallas, de obviar la existencia del cristal, de limpiar aquello que lo puede empañar, que no son sino las expresiones del poder al que se obedece en el momento mismo en que creemos afirmar “nuestro” poder. Mientras los mecanismos funcionan el odio no aparece y cuando dejan de funcionar no sabemos su causa.



La herida de Spinoza. Felicidad y política en la vida posmoderna. Vicente Serrano. Ed. Anagrama, Barcelona, 2011











Aunque mis distancias con respecto a lo que desde bastante tiempo atrás hace la izquierda de siempre –confiaré en que el lector entiende sin mayores problemas qué es aquello de lo que hablo- son muchas, en este caso romperé una lanza a favor de la actitud asumida, ante el movimiento 15-M, por la mayoría de los militantes de las formaciones políticas afectadas. Con algunas excepciones, las de grupos singularmente puros, dogmáticos y sectarios, hubo una comprensión espontánea de lo que se revelaba de nuevo y de saludable. En su caso se abrió camino un criterio muy pragmático que venía a concluir que, fuesen cuales fuesen las carencias del movimiento emergente, lo que había conseguido dibujaba una realidad claramente preferible a aquello de lo que disponíamos con anterioridad.

Lo que acabo de señalar no me obliga, eso sí, a callar en lo que se refiere a algo importante: creo que algunas de las gentes que ahora me interesan se dejaron llevar en más de un momento por un incipiente paternalismo que aconsejaba explicar a los jóvenes qué es lo que había que hacer. Este espasmo hunde sus raíces, en una de las claves de posible invocación, en una de las presunciones que arrastra mi generación: la que hace de ella una especie de centro ptolemaico en torno al cual se ordenarían todas las demás. Aunque a buen seguro que cargadas de buenas intenciones, muchas de las gentes que ahora me interesan parecieron no tomar nota en plenitud de que algo estaba cambiando de manera notable que nos obligaba a abandonar a marchas forzadas el mundo en el que habíamos vivido.

Valga un ejemplo de lo que quiero decir: en la semana posterior al 15 de mayo recuerdo que me llegó un mensaje que señalaba cómo en determinada ciudad un grupo de profesores de universidad –cargados sin duda, y repito la cláusula, de buenas intenciones- anunció su propósito de acudir a la concentración correspondiente del movimiento 15-M con el objetivo de dar allí sus clases. Mi réplica fue inmediata: ¿no sería preferible que esos profesores asumiesen de buen grado la tarea de acudir a la concentración en cuestión para ser ellos quienes aprendiesen de los jóvenes a los que pretendían dar clases?


Nada será como antes. Ed. Catarata, Madrid,2011

miércoles, 3 de agosto de 2011





...les respondí que a quienes tenían que entrevistar era a los jóvenes que se hallaban, airados, en la calle. (…) Uno de ellos, en la Puerta del Sol, me señaló que acababa de entrevistar a varios jóvenes, y que certificaba que hablaban mucho mejor que Tomás Gómez, el candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid (me permito agregar la sospecha de que no lo hacían peor, por lo demás, que la señora De Cospedal).


Mi admirado amigo José Luis Sampedro adujo que hasta ese momento lo que habíamos hecho era publicar hermosos textos que –no quería engañarse- eran fácilmente absorbibles por el sistema que nos acosa. Ahora de lo que se trataba era, ni más ni menos, de llevar a la práctica nuestras ideas. Y de hacerlo de la mano de los versos de un poeta, Gabriel Celaya, cuyo centenario pasó, semanas atrás, impresentablemente olvidado por la panzuda y talonarizada cultura oficial: “A la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo”.



No me gustaría dejar en el olvido otro factor importante: el trabajo de años, de decenios, de los movimientos sociales críticos y de muchas de las instancias acompañantes. Entiéndase bien lo que quiero decir: sin ese trabajo lo ocurrido el 15 de mayo y en las jornadas posteriores hubiera sido literalmente impensable, algo que por sí solo nos invita a concluir que no nos equivocábamos cuando, como hormiguitas, seguíamos acumulando alimento para el futuro. Durante años me he visto repetidas veces obligado a subrayar, en un terreno afín, que nuestros movimientos sociales críticos maduraban sin alharacas, poco a poco, poniendo semillas. Al respecto, y en singular, habían conseguido dejar atrás el relativo trauma de las manifestaciones contra la guerra de Irak de 2003, cuando una ilusión óptica hizo que tantos pensasen que se estaba produciendo un cambio radical, y para bien, en la percepción popular de hechos complejos: muchos activistas aprendieron entonces que las manifestaciones masivas son tan estimulantes como engañosas, o lo son al menos si por detrás no hay un trabajo activo en la base de la sociedad. Ojo que no estoy dando por cierto que hemos resuelto el problema correspondiente: me estoy limitando a certificar que esos denostados movimientos sociales de los que hablo han sido vitales para generar el escenario en el que ha cobrado cuerpo el proceso iniciado el 15 de mayo.
Debo referirme, eso sí, a la otra cara de la cuestión: si la presencia y la acción de los movimientos sociales es decisiva para dar cuenta de lo ocurrido, esto último, lo ocurrido, refleja al tiempo las carencias en las estrategias desplegadas por aquéllos. A menudo lastrados por una preocupante falta de imaginación y por problemas graves a la hora de evaluar lo que ocurría en unos u otros sectores de la población, los movimientos sociales tienen que reflexionar seriamente sobre sus carencias, siquiera sólo sea a efectos de calibrar por qué otros, más sensibles y hábiles, y bien que muy próximos, han sido capaces de aprovechar, para conducirnos a un escenario nuevo, el cauce por ellos abierto.



En la tarde del jueves 19 de mayo, entre las carpas de Sol, encontré a un amigo argentino. Llevaba a hombros a su hija, Tania, a la que en mi impericia calculo cinco o seis años de edad. Me contó –el amigo- que camino de la acampada la niña le había preguntado qué hacían todos aquellos jóvenes allí. El padre explicó, escueta pero certeramente, que se hallaban muy enfadados con todo lo que estaba pasando. Al llegar, la niña deambuló un rato entre las carpas y dijo: “Y si están tan enfadados, ¿por qué parecen todos tan contentos?”.



Esos caminos pasan siempre por la generación de espacios de autonomía en los que se hagan valer reglas del juego diferentes de las que impone el sistema que padecemos, por la autogestión y por un franco recelo en lo que se refiere a las presuntas virtudes del crecimiento y del consumo. Da en el clavo al respecto el proverbio que Ramón Fernández Durán cita en uno de los libros que hoy presentamos. Reza así: “Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”.

Nada será como antes. Ed. Catarata, Madrid,2011