jueves, 28 de octubre de 2010

VIAJES A LA PIEDRA



AL IGUAL QUE EL TOPO y la astilla, conocí el dolor, me aparté y fui a hablar a una piedra.
Estaba en el abrigadero de las acacias, cerca de un arroyo por donde iba la sangre nocturna de las comadrejas, y a veces debía extraerla de su sepulcro de hojarasca. Era muy liviana, tenía el color verdoso, las dimensiones de mis manos y una rugosidad fresca que los dedos rozaban con lentitud.

En los meses de calor, la piedra recibía mis palabras desde su escondite, protegida por el forraje y unas hormigas que escuchan el desengaño. Los insectos transportaban el dolor o lo despeñaban por las hendiduras del heno, y yo sentía gran alivio cuando esa pena tocaba un suelo duro. En los días de nieve, la piedra me esperó sobre una superficie despejada, antes de ser cubierta de blanco, y sorbió mi aliento mientras dije la congoja.

El niño que fui se transformó en sus viajes a la piedra. La palabra obtuvo una respuesta y, tras algún esfuerzo, mi frente segregaba un líquido mezclado con polvo de losa. También la lágrima contenía sustancias minerales compactas. Moví la cabeza, el torso y los brazos con sonido de roca, y todas las partes del cuerpo quedaron enfundadas en la materia de una piedra que nunca volveré a ver fuera de mí.







Los hombres intermitentes. Hiperión, Madrid, 2006

domingo, 24 de octubre de 2010

LIBRE TE QUIERO





Libre te quiero
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mía.

Grande te quiero
como monte preñado
de primavera,
pero no mía.

Buena te quiero
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.

Alta te quiero
como chopo que al cielo
se despereza,
se despereza,
pero no mía.

Blanca te quiero
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.

miércoles, 13 de octubre de 2010


Pero yo no os aconsejo la duda a la manera de los filósofos, ni siquiera de los escépticos propiamente dichos, sino la duda poética, que es duda humana, de hombre solitario y desencaminado, entre caminos. Entre caminos que no conducen a ninguna parte.

Para los tiempos que vienen, no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí sólo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos.



Canciones y aforismos del caminante. Edhasa, Barcelona, 2001

martes, 12 de octubre de 2010

POESÍA EXTRANJERA
Elegía
Mary Jo Bang. Traducción y prólogo de Jaime Priede.
Bartleby, Madrid, 2010. 132 pp.

Siempre se ha dicho que pobres de aquellos padres que tienen que enterrar a sus hijos. Y si la vida está llena de estos ejemplos dolorosos, que siempre serán demasiados, la literatura nos da razón y cuenta de algunos. En la memoria más reciente puede estar la muerte en Ginebra de Antonio, hijo del poeta José Ángel Valente, que plasmó en su premiado poemario “No amanece el cantor (1991), sin ir más lejos. Puede que la poesía en el caso de Valente y de la autora que nos ocupa, la sureña Mari Jo Bang (Waynesville, Missouri, 1946), sea la mejor respuesta o al menos sí la más adecuada a la tremenda y miserable pérdida del ser querido. Mari Jo Bang escribió “Elegía” tras la muerte de su hijo Michael Donner Van Hook, en 2004, había nacido en 1967, de su primer matrimonio. Una sobredosis se lo llevó y nació la elegía, que en sus versos no es más ni menos que “(...) el intento / de resucitar vida / en lo que una vez fue el que se ha ido / antes de crecer hasta la enormidad.” (Pág. 95). Mary Jo Bang, que tiene formación viajera y universitaria: sociología, medicina, fotografía, literatura y escritura, en distintos estados y paises, es hija de su tiempo: la década de los setenta con el apogeo del movimiento contra la guerra de Vietnam y la preocupación por la justicia social, y ha publicado cinco libros de poemas, incluyendo “Elegía” (2007), primer libro traducido y publicado en España. De él cabe señalar que fue uno de los mejores libros del 2007 en la lista de “Publishers Weekly”, y uno de los 100 mejores libros de 2008 en la lista de "The New York Times Book Review”. Pues bien, el texto que nos ocupa son 65 poemas de distinta factura, pero que ya desde el primer poema nos da la clave o claves interpretativas de los textos que en este caso sí son poemas del sentimiento que nacen de la vivencia más cercana del único hecho que nadie quiere ni para sí ni para otros, como ya he citado en la primera línea del texto. El dolor, la pena, la tristeza, la melancolía, la soledad, la añoranza y lo que quiera el lector añadir es lo que proyectan estos señeros versos, que fueron escritos en la inmediatez de la terrible pérdida, aunque no viesen la luz hasta tres años más tarde: “Dormir era una utópica fantasía / en la que quería caer” (Pág.75). El grito ante este dolor de la ausencia volcado en estos poemas le ayudaron a calmar, lo que no sé si el tiempo llega a aliviar; pero, el recuerdo siempre está en la memoria impenitente. La madre poeta escribe para descubrir el sentido de su vida y de la de su hijo. Es clarificador a este respecto el poema “Sonata a cuatro manos” (págs. 13-16) y sobre todo “Paisaje con caída de Ícaro” (págs. 40-41). Pienso que el asalto de esta muerte, a la poeta, le obliga a escribir uno de los textos más personales y sinceros que he leído en esta certera traducción de Jaime Priede. Con una grandísima intensidad de imágenes y metáforas: “Sal al escenario y sé tú mismo,” (pág. 95). Poemas, pues, desnudos, afilados, tal cual y nada sentimentales, que cortan la piel y duelen como corte de cuchillo de cocina: “Elegía del cielo azul” (pág. 77).

Miguel Hernández, por Vicente Monera





El sol, la rosa y el niño
flores de un día nacieron.
Los de cada día son
soles, flores, niños nuevos.


Mañana no seré yo:
otro será el verdadero.
Y no seré más allá
de quien quiera su recuerdo.


Flor de un día es lo más grande
al pie de lo más pequeño.
Flor de la luz el relámpago,
y flor del instante el tiempo.


Entre las flores te fuiste.
Entre las flores me quedo.



Cancionero y romancero de ausencias. Ed. Lautaro, Buenos Aires, 1958. Espasa Calpe, Madrid, 1990
Vivía entonces perfectamente solo, y el carácter afable de mi juventud desapareció de mi alma casi por completo. Lo incurable del siglo, por las cosas que cuento y por otras que me callo, se me había hecho evidente, y el hermoso consuelo de encontrar mi mundo en un alma, de abrazar a mi especie en una criatura amiga, me faltaba también.
¡Querido!, ¿qué sería la vida sin esperanza? Una chispa que salta del carbón y se extingue, o como cuando se escucha en la estación desapacible una ráfaga de viento que silba un instante y luego se calma, ¿eso seríamos nosotros?




Hiperión o el eremita en Grecia. Libros Hiperión, Madrid, 1976

sábado, 9 de octubre de 2010

Yo soy yo

                y mis esclusas.







La fuerza no confiere derecho,
confiere torcido.








Quien bajo poder se aloja
de sí mismo
                   se despoja.








Al conocimiento se accede
desmintiéndonos.




De Afuerismos (inédito)

viernes, 8 de octubre de 2010

DE CÓMO EL CONOCIMIENTO ES NÚMERO

Coro      y es bosque     Cantan
las ramas un silencio
dos silencios     No hay árboles
los pájaros estallan     ¿olas?
Esas estrellas mismas
son ya los tres silencios
comprendo al fin     el orbe
cuarto silencio     Sé





Méquina dalicada. Poesía Hiperión, Madrid, 1981
desde la eternidad, la belleza no existe; el creador recorre
el camino contrario.
                                La eternidad
sólo vive en lo efímero.


Itinerario para náufragos. Ed. Cátedra, Madrid, 2001

domingo, 3 de octubre de 2010

Y hasta el sagaz instinto de los animales les hace percibir
que no nos sentimos a gusto, ni seguros,
en este mundo interpretado. Tal vez nos queda un árbol
en la ladera, para que sea posible contemplarlo



RAINER MARÍA RILKE. Elegías de Duino. Poesía Hiperión, Madrid, 1999. Edición y traducción de Jenaro Talens.
y por el arte de la poesía ejercido a deshora
como una compraventa de ruidos usados

El inocente (1967-1970)





Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza

A modo de esperanza (1953-1954)



JOSÉ ÁNGEL VALENTE Entrada en materia. Cátedra, Madrid, 1985