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viernes, 12 de abril de 2013

Mayalde en el teatro Metropol de Tarragona





Ayer vi, escuché y sentí con los Mayalde. Hacen música tradicional, cultura popular, y trascienden su oficio.
Los cuatro Mayalde montaron, en un periquete, la plaza del pueblo, la cocina matancera y el corral, todo a un tiempo, en el teatro Metropol de Tarragona. Y allí, a todos los presentes, atónitos y entusiasmados, nos revelaron el analfabetismo ilustrado y el saber vivir.

Los Mayalde recuperan en nosotros la capacidad de asombro. El asombro por las cosas sencillas y cercanas, por la verdad que guardan. Los enseres cotidianos reviven en sus manos sus muchas vidas pasadas. En su espectáculo no hay modernos artefactos de pantalla táctil ni se nos ofrecen unas gafas 3D para seguirlo. Sus medios son viejos –a poder ser– y pobres, son de modo natural humanos. No son las cosas, son las personas, las gentes, son su alma la fibra que tocan.

Y cómo este prodigio… Hablando al niño. Hablan al niño en todas sus edades. Hablan al niño párvulo y lo maravillan. Hablan al niño adulto y lo emocionan. Hablan al niño viejo con sus propias palabras, las que los mayores nos han legado y nos confortan.

Los Mayalde no confunden eternidad con posteridad. Saben bien que el mañana comienza largo en el pasado; comienza el primer día de nuestra vida y en todas aquellas que nos han precedido depositadas en él. La raíz de su pensamiento alcanza un sustrato profundo y nutricio, abrazándose con los padres de nuestros padres y con los abuelos de aquellos hasta el origen mismo de la tradición.

La palabra era música al principio, ritmo y acento. La palabra era cantada o contada, trasmitida oralmente, pero el hombre aprendió antes a escuchar que a hablar... Aprendió los sonidos primordiales como el canto de los pájaros o de los insectos, el arrullo del agua o el crepitar de la lumbre, el silencio de la nieve y de la piedra que se hunde en el estanque. Y los reprodujo con huesos o troncos vaciados, golpeando con sus pies la misma tierra o en la fragua, a golpes de maza y martillo sobre el yunque o la bigornia. Descubrió que la música aplacaba el mugir de sus tripas, el bramar de su sexo y pronto que el canto sanaba su espíritu. Eso es Mayalde.

El hombre se reproduce sexualmente y –por si alguien no se ha dado cuenta, los Mayalde lo recuerdan– también se reproduce verbalmente. Se transmiten genes y palabras, la perdida de unos y otros no es sino pobreza. Haya inevitables mutaciones pero no olvido. Y haya roce carnal y roce oral, conversación y abrazo.

Acercaos a los Mayalde, es un gozo que no os debéis perder.



Fernando Muñoz Serrano









viernes, 21 de enero de 2011



MAYALDE nace en 1980, fruto de un matrimonio y de siete años de alboroto juvenil desahogado en música. Nuestra apuesta inicial fue cambiar la Universidad o lo que fuera por el buceo en las memorias de los viejos de nuestra tierra, que conservaban una parte de nuestra historia jamás escrita en su cabeza, para poder seguir contándola. Y eso es lo que llevamos haciendo casi treinta años. Por toda España, mitad de Europa y parte de América y África.

No podemos quejarnos de falta de reconocimiento por lo que hacemos y nos gusta medir eso, más que por los premios recibidos, por los amigos que hemos hecho. Nos honraron con su sabia experiencia Joaquín Díaz, Vela Zanetti, Venancio Blanco, Ferrán Adriá y muchos más. Cada tarde de concierto, con ese lenguaje universal llamado aplauso, las gentes nos animan a seguir haciendo el trasvase entre los que no contaron las cosas porque no se las preguntaron y los que no las preguntaron porque no las conocían, y vamos cerrando el círculo de la Herencia Antigua, en forma de palabra.

Nunca hemos necesitado manager ni oficina de contratación. La gente, sencillamente, llama a casa porque un amigo le ha dicho que ha visto a una gente que se come el escenario a pedazos y que desarrolla , como oficio, el viejo arte de los hechiceros: escarbar en las vísceras del personal para ofrecer a los Dioses el sacrificio de un canto, un brindis o un baile compartido. Entre "ten con ten" y "machalá, machalá" hicimos una muchacha y un muchacho que fueron creciendo entre bodegas y escenarios, cuentos de viejos y sopita en vino, y que, con el tiempo, fueron entendiendo que la TRADICIÓN está basada en el relevo, que encender un fuego es importante para seguir el hilo, que un toque de sartén puede contar más del ser humano que un tratado de Antropología.

Y henos aquí a los cuatro, Eusebio, Pilar, Laura y Arturo, espetados en una página Web, cuidando a "la madre que parió a la música" y viajando en el carromato de los cómicos lleno de "cacharros y tirinenes para comer y cantar".
Eusebio MAYALDE.
2009