martes, 18 de octubre de 2011

Un resquicio en el no ser




Quisiera dedicar estas líneas a quienes están sufriendo las consecuencias de la crisis de manera más directa y salvaje, no únicamente en nuestro entorno. Quien ha formado parte en algún momento de las denigrantes colas de las oficinas del INEM desearía que sus palabras, en este contexto, sirviesen para algo; para mitigar, al menos, tanta y tanta angustia. Pero las palabras resultan insuficientes, por más que procuren cimentar la esperanza. Es cuando hiere el sentimiento de no disponer apenas de certezas, de caminar con un hato de dudas a cuestas. Antonio Machado escribía: no os aconsejo la duda a la manera de los filósofos, ni siquiera de los escépticos propiamente dichos, sino la duda poética, que es duda humana, de hombre solitario y desencaminado, entre caminos. Entre caminos que no conducen a ninguna parte. En estos tiempos de anomia, la duda no alimenta ni el cuerpo ni el espíritu. Reclamamos asideros fuertes. Proliferan viejos y nuevos dogmas.
¿Y si algún paradigma pudiera convencerme sin vencerme? Mas el gregarismo y la renuncia a utilizar la propia materia gris suelen constituir la derrota inicial de cualquier anhelo común.
Así pues, ¿para qué tanta letra? ¿Para aprender a andar en la desorientación? ¿Para dejar de desbrozar viejos callejones sin salida e intentar formular nuevas preguntas entre todos? ¿Para compartir, escuchar, aprender…?
-Pero la gente necesita respuestas –me indica un buen amigo. Si no las obtiene, volverá a los mitos de cada cultura y de otros momentos históricos.
-Quienes fabrican respuestas pret a porter, por novedosas que parezcan, han diseñado por los demás previamente las preguntas (o sus sucedáneos). Aunque la capacidad para profundizar en análisis, establecer hipótesis, utilizar la imaginación, etc. sea, lógicamente, muy desigual, por primera vez en la historia se dan las condiciones que permiten niveles de interacción muy diferentes para la construcción colectiva de conocimiento. Ya no se trata de que un grupo social privilegiado transmita al resto sus presuntas verdades. Y lo mismo se puede aplicar a la participación ciudadana en la vida política. Existen las posibilidades pero, ¿estamos preparados para aprovecharlas plenamente? ¿Hay algún interés en ello?
-¿Y qué aporta la poesía en semejante realidad? –continuaría mi querido amigo, aquel con el cual converso, que siempre va conmigo.
-Sabemos que las máquinas ya superan en algunos aspectos a nuestro cerebro. Pero la poesía podría coadyuvar, junto a otras artes y disciplinas, a recordarnos que somos algo más que obediencia y memoria. Podría sugerirnos que no tiene por qué quedar reservada a unos sectores determinados, sino que, de alguna manera, quizá debiera volver a formar parte de la vida de todos los pueblos.
- Ya, pero ¿para qué? ¿Qué puede la poesía?
- Quizá nada, quizá todo. Quizá su lentitud, su mirada preñada de ucronías nos permita intuir que todos somos otros. Quizá nos interrogue: ¿qué beneficio queda en una bala? Quizá constituya un intersticio de libertad, precisamente porque no se paga. Su titánico crecimiento ínfimo podría permitirnos sentir la disonancia de un acorde o contagiar la efímera alegría de un resquicio en el no ser. ¿Qué sé yo? Se ausenta cuando intentamos subyugarla y convertirla en herramienta. Sueña con un futuro descargado de armas. No aplaca la impotencia frente a tanta ignominia, mas logra transformarnos y confiere sentido en tanto que es búsqueda permanente. Nada útil, nada eficaz, nada rentable, ciertamente, mas ¿no será por ello imprescindible en esta realidad y en estos momentos, en que la tiranía de lo útil, lo eficaz y lo rentable nos niega individual y colectivamente, nos convierte en piezas intercambiables de un gran engranaje, nos arrastra hacia abismos que no deseamos ver?
Resultaría imposible sintetizar en unas líneas para qué y cómo se nos hace imprescindible la poesía, pero admito que es una de las escasas certezas que me quedan y que quisiera preservar.




Publicado en el Diari de Tarragona el 19 de octubre de 2011

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