Quizás su mayor delito no fue desviarse de la ortodoxia judía, sino de toda ortodoxia. Spinoza se atrevió a opinar conforme a su criterio, sin someterse a las directrices de ninguna tradición o institución. (...) Una voz que solo obedece al juicio propio suscita la enemistad de la mayoría. El ser humano es gregario y no soporta que alguien se aparte del rebaño, quizás porque evidencia que pensar es un ejercicio solitario y arriesgado. Abandonar el rebaño significa abandonar las certezas avaladas por la costumbre o la autoridad (...)
Spinoza cuestionó la existencia de un Dios personal en una Europa ensangrentada por las guerras de religión; elogió la alegría, el optimismo, en un período dominado por el pesimismo y el desengaño; escarneció el miedo a la muerte y atribuyó el mal a una comprensión deficiente de la vida; exaltó la democracia en una época de absolutismos. Demasiada clarividencia para una sociedad ofuscada por el fanatismo político, la idolatría religiosa y el menosprecio del ser humano. Spinoza nos indica que cada individuo debe cargar sobre sus espaldas las perplejidades inherentes a nuestra condición de seres racionales. Y cada uno debe hallar las respuestas que aplaquen su inquietud. Suscribir ciegamente las opiniones formuladas por otros menoscaba nuestra dignidad.
RAFAEL NARBONA. Maestros de la felicidad, Roca editorial, Barcelona, 2024.
