¿Por qué Hannah Arendt hoy sigue tan presente? La mejor respuesta a esta pregunta se deduce de su propia obra. También de sus palabras en entrevistas:
“Escribo para comprender”.
La primera consecuencia de esta voluntad para sus lectores es que, a su vez, comprenderán mejor aquellos aspectos de la realidad que tienen alguna relación con los que la autora analiza en su obra, que siguen vigentes o incluso se han agudizado. Sus ensayos sobre verdad y mentira en política son una referencia imprescindible a la hora de abordar lo que se ha dado en llamar “posverdad”, por ejemplo. Su importancia es tan evidente que está vinculada a los resultados electorales e impregna permanentemente la vida política.
La verdad factual, si se opone al provecho o al placer de un determinado grupo, es recibida hoy con una hostilidad mayor que nunca.
El ser humano necesita explicarse el mundo. Cuando no entiende lo que pasa o lo que le pasa, surgen la ansiedad y la angustia, que se añaden a la posible gravedad de los hechos. Estas explicaciones, a lo largo de la historia, toman forma de narraciones míticas, concepciones religiosas, constructos ideológicos, paradigmas teóricos… Cualquiera de estas formas intenta explicar el origen y la realidad de las cosas con las herramientas que cada civilización y cada época van desarrollando. La reflexión no se da en el vacío, sino sobre la base de cuanto hemos recibido y estamos recibiendo. Con catorce años, Hannah leía las obras de filósofos como Kant, Jaspers o Kierkegaard y las obras originales de los grandes poetas griegos.
Podemos renunciar a pensar, pero no sin consecuencias. ¿Cómo afrontar los problemas personales y colectivos? ¿Cómo tomar decisiones propias? ¿Qué será de nuestra libertad? ¿En qué tipo de ser humano nos convertiremos? La filosofía dio profundidad a la perspectiva de Hannah, que llega a formular conceptos clave para el análisis preciso de la realidad.
Lo que prepara a los hombres para el dominio totalitario en el mundo no totalitario es el hecho de que la soledad, antaño una experiencia liminal habitualmente sufrida en ciertas condiciones sociales marginales como la vejez, se ha convertido en una experiencia cotidiana.
En medio del desastre y el horror del tiempo que le tocó vivir, fue un ejemplo de coherencia intelectual y ética. No quería ser considerada filósofa.
No quiero mirar la política con ojos enturbiados por la Filosofía.
Quizá la postura de Heidegger ante el nazismo le ayudó a descartar la futilidad, a efectos cívicos, de una forma de adquirir conocimiento que se desvincula de los afectos, de lo humano, de la convivencia, para acabar colaborando con la barbarie. Su lucidez no queda restringida a un ámbito académico, ni encapsulizada en la abstracción teórica de una especialidad, sino que se emplea en revelar las causas de la cruenta situación política y social de su época, la condición humana, etc. Un saber al servicio del bien común requiere coraje. En tiempos de polarizaciones violentas sólo una gran personalidad puede preservar su criterio propio.
El historiador de los tiempos modernos necesita de una especial precaución cuando se enfrenta con opiniones aceptadas que aseguran explicar tendencias completas de la Historia, porque el último siglo ha producido incontables ideologías que pretenden ser las claves de la Historia y que no son más que desesperados intentos de escapar a la responsabilidad.
La responsabilidad de pensar por uno mismo, sin dejarse llevar -siempre más fácil-, no sólo evita sesgos -ver la viga en el ojo propio-, no sólo garantiza afrontar la realidad sin falseamientos de diverso tipo, sino que es la única forma verdadera de pensar.
La dialéctica hegeliana proporcionaría un maravilloso instrumento para tener siempre razón porque permite la interpretación de todas las derrotas como el comienzo de la victoria. Uno de los más bellos ejemplos de este tipo de sofismas se produjo después de 1933, cuando durante casi dos años los comunistas alemanes se negaron a reconocer que la victoria de Hitler había sido una derrota para el Partido Comunista alemán.
El rigor intelectual no nos exime de cometer errores, de reflejar las constricciones de tiempo y espacio que toda perspectiva conlleva. Pero, si renunciamos a la forma de verdad que esté a nuestro alcance, partiremos de la peor de las equivocaciones en lo que atañe al pensamiento: la de sucumbir de antemano a presiones, circunstancias, condicionamientos…
Nunca en mi vida he 'amado' a ningún pueblo ni colectivo, ni al pueblo alemán, ni al francés, ni al norteamericano, ni a la clase obrera, ni a nada semejante. En efecto, sólo 'amo' a mis amigos y el único género de amor que conozco y en el que creo es el amor a las personas. En segundo lugar, ese ‘amor a los judíos’ me resultaría, puesto que yo misma soy judía, algo más bien sospechoso.
A partir de su trabajo sobre Eischmann y la conceptualización de “la banalidad del mal”, Hannah afrontó la incomprensión de sus amigos. Con ello puso de manifiesto, una vez más, su integridad, su coherencia y su coraje.
La vigencia de Hannah Arendt suele mencionarse ante fenómenos y acontecimientos que ella analizó brillantemente cuando algunos estaban surgiendo como tales, en cierne o desarrollándose. El totalitarismo, los refugiados, la xenofobia, las armas atómicas, la falsedad en política, la violencia, la desobediencia civil, el origen de la Unión Europea, el aislamiento en la sociedad de masas, el consumismo, el conformismo, la desmemoria…