martes, 23 de agosto de 2011

Codicia


Hay quien sigue pensando que los mercados mundiales se rigen por principios naturales, que el buen funcionamiento de los mismos es signo de salud, y que el malo evidente señal de enfermedad.

Las metáforas ocultan el sentido de la realidad, pero no lo eliminan. Si se dice que «cuando Wall Street se resfría, Europa estornuda» lo que debemos entender es que la economía europea no es más que una filial o parte sumisa de la americana, como un brazo lo es del tronco, y la nariz del rostro.

Si se dice que hay «una mano invisible» que guía las actividades del mercado, hay que tomarlo en el sentido de que hay algo que impulsa a la transacción, y no es otro que el afán de beneficio.

El afán de beneficio desordenado y no sujeto más que a la propia ambición y voluntad es codicia. Ya lo dijo Quevedo que «por nuestra codicia lo mucho es poco, por nuestra necesidad lo poco es mucho». De ahondarse la crisis, la necesidad acabará convirtiéndose en virtud y hasta lo poco será envidiable y lujoso, como la felicidad ajena.

El codicioso, cuando en vez de ganancias sin límite saca perdidas de sus negocios, acaba enfrentándose a todos, y va mendigando la ayuda que en su momento desechó.

Usó y abusó de la liberalidad general, como los niños dejados de todo cuidado, que se solazan y se pierden en diversiones varias, sin importarles demasiado las consecuencias. Mas, luego, cuando en el fragor del juego se hacen daño, llaman la atención paterna, para que los curen, sanen y todo vuelva a ser como antes.




Publicado en PLAZA DE GIPUZKOA, El Diario Vasco.











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