jueves, 4 de agosto de 2011

La herida de Spinoza



Nuestra hipótesis es que la política de los afectos consiste básicamente en inocular ese pensamiento/sentimiento de infinitud de manera que se reproduzca en el interior de cada sujeto. La cuestión política fundamental es ésa y luego se trata de administrarla desde ese principio fundamental. Cabría entonces reconocer una estructura profunda y una superficial de lo político. La estructura profunda tiende a ser común y es la del afecto básico dominante. En la superficial siguen jugando las diferencias entre los partidos e incluso entre las ideologías, que en gran medida escenifican un teatro de la administración en el que, además de intereses muy concretos y precisos, lo que está en juego es la gestión de los afectos. Los rasgos principales de lo que se ha dado en llamar crisis de la política tienen todo que ver con esto: la pérdida de peso de los Estados-nación vinculada a la llamada globalización, la transferencia a las multinacionales de las grandes decisiones, el juego creciente de los sistemas de marketing en lugar de las ideas, la supuesta desaparición de ideologías, etc. Tales fenómenos tienen que ver sobre todo con el hecho de que todos ellos dependen de eso que hemos llamado estructura profunda, en una especie de consenso tácito en torno a ese universo compartido que guía y organiza el poder.

Sería simplificar en exceso decir simplemente que ese universo común es el modo capitalista y añadir después toda la jerga habitual al respecto. Y sería simplificar mucho, entre otras razones, porque ese universo compartido no lo es ni lo ha sido sólo del capitalismo. Hemos visto ya como el universo fascista en sus distintas versiones y el universo nazi y el soviético estaban construidos con los mismos materiales y aparecían como caricaturas trágicas, como versiones exasperadas de ese universo compartido, si bien es cierto que incapaces de gestionarlo sin acudir a la fuerza de manera permanente. Por tanto esa simplificación, sin ser falsa en sí misma, no permitiría comprender ni avanzar en el análisis de la política de los afectos. (…)

Lo característico sería entonces que esa configuración no posee un relato propio, sino más bien la capacidad de fagocitar cuantos relatos emerjan, todos los relatos posibles. Esa idea parece muy adecuada para acercarnos entonces a una especie de relato invisible, que sería capaz de estar presente en todos los demás relatos, y que como tal sería la esencia de la realidad que buscamos. (…)

Por un lado, una filosofía tan rigurosa y compleja como la de Foucault, después de analizar durante décadas el poder y el discurso, regresó finalmente al cuidado de sí y a la idea del amor como el lugar donde poner en marcha una ética y una estética de la existencia. Si consideramos que el tema del poder había llevado a Foucault a un laberinto del que parecía difícil salir, como han puesto de manifiesto sus críticos, tal vez esa salida pueda encontrar respuesta en el interés por el amor, tomada esa noción en un sentido amplio. Las lecturas de Michel Foucault acerca del cuidado de sí y de la formación de la vida erótica y amorosa en la historia de la sexualidad pueden desde luego interpretarse como una respuesta final de su trayectoria, tal vez la respuesta al problema del poder y el discurso al que tantas páginas dedicó, o bien como una respuesta al problema básico encerrado en la noción de biopolítica que él mismo acuñó.

(…) No hablamos por tanto del odio como pasión y como fracaso, es decir, como impotencia, sino de esa forma de odio que se debe transfigurar en otras formas, en ideología, en mercado, en empoderamiento, en formas que sean capaces de transfigurar el odio estructural en ideal de justicia, en emancipación, en libertad, un odio estructural que sólo se manifiesta en su forma perversa cuando esas pantallas se rompen y dejan al descubierto la impotencia de la omnipotencia, del mismo modo que las barbaries nazi y estalinista lo han hecho históricamente a gran escala. Desde el acoso escolar a la bulimia o su inverso, que es la anorexia, la violencia gratuita del escolar que asesina, las mil formas que encontramos cotidianamente en los noticieros, no son sino microformas de esas grietas que una y otra vez se abren y cuya máxima expresión es el terror en forma de guerra. Ese odio básico y transfigurado que como tal puede asumir incluso la forma de la solidaridad es entonces el principio rector vigilante e interior de cada conciencia que guía las conductas y que pretende constituir el principio ético básico de las sociedades occidentales contemporáneas. Es decir, se trata siempre, cuando hablamos de esas pantallas, de obviar la existencia del cristal, de limpiar aquello que lo puede empañar, que no son sino las expresiones del poder al que se obedece en el momento mismo en que creemos afirmar “nuestro” poder. Mientras los mecanismos funcionan el odio no aparece y cuando dejan de funcionar no sabemos su causa.



La herida de Spinoza. Felicidad y política en la vida posmoderna. Vicente Serrano. Ed. Anagrama, Barcelona, 2011










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