martes, 12 de octubre de 2010

POESÍA EXTRANJERA
Elegía
Mary Jo Bang. Traducción y prólogo de Jaime Priede.
Bartleby, Madrid, 2010. 132 pp.

Siempre se ha dicho que pobres de aquellos padres que tienen que enterrar a sus hijos. Y si la vida está llena de estos ejemplos dolorosos, que siempre serán demasiados, la literatura nos da razón y cuenta de algunos. En la memoria más reciente puede estar la muerte en Ginebra de Antonio, hijo del poeta José Ángel Valente, que plasmó en su premiado poemario “No amanece el cantor (1991), sin ir más lejos. Puede que la poesía en el caso de Valente y de la autora que nos ocupa, la sureña Mari Jo Bang (Waynesville, Missouri, 1946), sea la mejor respuesta o al menos sí la más adecuada a la tremenda y miserable pérdida del ser querido. Mari Jo Bang escribió “Elegía” tras la muerte de su hijo Michael Donner Van Hook, en 2004, había nacido en 1967, de su primer matrimonio. Una sobredosis se lo llevó y nació la elegía, que en sus versos no es más ni menos que “(...) el intento / de resucitar vida / en lo que una vez fue el que se ha ido / antes de crecer hasta la enormidad.” (Pág. 95). Mary Jo Bang, que tiene formación viajera y universitaria: sociología, medicina, fotografía, literatura y escritura, en distintos estados y paises, es hija de su tiempo: la década de los setenta con el apogeo del movimiento contra la guerra de Vietnam y la preocupación por la justicia social, y ha publicado cinco libros de poemas, incluyendo “Elegía” (2007), primer libro traducido y publicado en España. De él cabe señalar que fue uno de los mejores libros del 2007 en la lista de “Publishers Weekly”, y uno de los 100 mejores libros de 2008 en la lista de "The New York Times Book Review”. Pues bien, el texto que nos ocupa son 65 poemas de distinta factura, pero que ya desde el primer poema nos da la clave o claves interpretativas de los textos que en este caso sí son poemas del sentimiento que nacen de la vivencia más cercana del único hecho que nadie quiere ni para sí ni para otros, como ya he citado en la primera línea del texto. El dolor, la pena, la tristeza, la melancolía, la soledad, la añoranza y lo que quiera el lector añadir es lo que proyectan estos señeros versos, que fueron escritos en la inmediatez de la terrible pérdida, aunque no viesen la luz hasta tres años más tarde: “Dormir era una utópica fantasía / en la que quería caer” (Pág.75). El grito ante este dolor de la ausencia volcado en estos poemas le ayudaron a calmar, lo que no sé si el tiempo llega a aliviar; pero, el recuerdo siempre está en la memoria impenitente. La madre poeta escribe para descubrir el sentido de su vida y de la de su hijo. Es clarificador a este respecto el poema “Sonata a cuatro manos” (págs. 13-16) y sobre todo “Paisaje con caída de Ícaro” (págs. 40-41). Pienso que el asalto de esta muerte, a la poeta, le obliga a escribir uno de los textos más personales y sinceros que he leído en esta certera traducción de Jaime Priede. Con una grandísima intensidad de imágenes y metáforas: “Sal al escenario y sé tú mismo,” (pág. 95). Poemas, pues, desnudos, afilados, tal cual y nada sentimentales, que cortan la piel y duelen como corte de cuchillo de cocina: “Elegía del cielo azul” (pág. 77).

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