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Fotografía: Juan Antonio Hernández |
La manifestación más clara de capacidad crítica es la autocrítica.
La paja en el ojo ajeno, la hipocresía y el cinismo de los demás, sus contradicciones, se ven y se señalan fácilmente. Sin embargo, lo que nos permite crecer es la conciencia de nuestras debilidades, de nuestras propias contradicciones y grados de incoherencia, de cuanto tenemos interiorizado desde un tiempo, un lugar y unas condiciones socioeconómicas, culturales...
Cito unas líneas de Emilio Santiago, que no serían tan comprendidas en los años sesenta del siglo pasado, cuando la influencia de ciertas ideologías era preponderante, en sus diversas ramas:
"El marxismo, cuando pretendía ser un socialismo <científico> , ya nos enseñó los peligros de esta pendiente de ciencia débil, precipitada por urgencias políticas y compromisos ideológicos, en un mundo bastante menos dominado por las lógicas de la sociedad del espectáculo: un progresivo alejamiento de la realidad. Que siempre deviene en una creciente insensibilización ante su complejidad, y por tanto en una esclerosis política que aumenta en paralelo al sectarismo subjetivo de sus militantes."
Aunque cambien las formas y los nombres, algunas tendencias pueden persistir. De hecho, en estos tiempos, se aceptan como dogmas de fe los mantras de una ideología aún más antigua: el liberalismo.
Me pregunto por qué necesitamos los "ismos" para interpretar la realidad y afrontar los problemas. Hay conceptos que, más que ayudar, enredan. Los conceptos cumplen una función en su contexto, y en el marco que les confiere sentido (un paradigma teórico). Cuando éste se ve superado por los cambios sociales, las herramientas conceptuales deben ser cuestionadas, matizadas o superadas.
El trillo y el arado cumplieron su función a partir del neolítico, con la domesticación de animales y plantas, con el sedentarismo. Hoy la vanguardia en agricultura trata de generalizar las cubiertas vegetales, junto a otras técnicas de no labranza que utilizaban los pueblos de la Amazonía. Ironía: el progreso aprende de los conocimientos ancestrales, de los pueblos "atrasados", cuando no asimilados o exterminados.
Observemos más, escuchemos más. Dejemos la idea, dejemos a Platón.
Pongamos manos, corazón y cerebro a la obra de mejorar nuestras vidas (las de todos).
Sin héroes, sin salvadores, sin sacrificios.
Cada cual, a hacer su trabajo honestamente (recordemos a los imprescindibles de la pandemia), a ser posible sin dejar de pensar, que es lo que nos hace humanos, a ser posible sin dejar de sentir, que es lo que nos permite amar. Sólo juntos podremos conseguir acabar con las guerras y con la miseria, requisitos para poder hablar de felicidad. Sólo juntos podremos afrontar la emergencia del cambio climático. Volvemos a caer en los viejos errores si intentamos patrimonializar o instrumentalizar políticamente la conciencia y la actividad ante estas emergencias globales. Aportemos nuestro grano de arena, sin sectarismos. Nos va la supervivencia en ello.
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