martes, 17 de agosto de 2010

I

Este es un canto de alabanza
ya que no puede serlo de humildad
por culpa del que, en vez de limitarse
a la mirada, escribe cuanto ve,
lo que piensa que ve, lo que pretende
ver aunque nada vea. Con los años,
en lugar de agrandarse, el mundo
se me ha ido empequeñeciendo,
ni siquiera me sirve hablar
en tercera persona. Con los años
no mengua la alegría, se hace
más y más solitaria; no mengua
ni la belleza ni el espanto
haber vivido tanta bajeza propia,
tanto agravio en su luz despiadada.
Ni el cielo, su sentido al que asciende
la tierra en el color de las alondras
y solo canto se hace, casi intangible,
levedad, alabanza.


II


Como en aquella foto de Walser, de espaldas,
junto a una cerca de madera,
subiendo por la cuesta. Ni siquiera
se ven sus huellas en la nieve,
como si pasease al margen, fuera
de esta vida tan loca, en los días
del sanatorio de Herisau. Así,
en la nieve ni huella, una sombra
sin nadie en la raíz del habla,
como si pasease lejos
de tanto frecuentar las cercanías.
Sólo el que dice: no, se salva
del que adula y de sí mismo, se libra
de los fastos y honores: componendas; es
en vez de estar y cuando está,
está. Como es sentencia de los dioses,
en el campo nevado, allí, Robert Walser,
il miglior paseante, está, tendido
para nunca jamás en medio de la pureza.

1 comentario:

  1. Muchas gracias, Fermín. Permíteme tus palabras:
    "...Así, la huida
    es el regreso, somos, seremos siempre la tierra
    contigo. Seguiremos arremetiendo contra el muro
    toda la vida, por el mismo lugar. De frente. Juntos."

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