sábado, 8 de marzo de 2014

Armand Gatti, por José Ovejero




Gabriel Celaya escribió que “la poesía es un arma cargada de futuro”. Pero desde entonces han pasado muchas cosas en el mundo, también en el literario, y tanto los escritores como los lectores se han vuelto más escépticos en cuanto a las posibilidades transformadoras del arte. Sin embargo, Qué hacemos con la literatura, un ensayo colectivo aparecido hace poco, plantea precisamente esa cuestión: si la literatura puede tener algún tipo de incidencia sobre la realidad, es decir, si es preciso conformarse con que sea, en el mejor de los casos, un juego inteligente y fuente de placer estético, o si eso que se ha dado en llamar literatura comprometida tiene hoy sentido, y cuál.
Para Armand Gatti, la respuesta siempre ha estado clara. La literatura transforma, tiene una utilidad práctica. Refiriéndose a los talleres multidisciplinares que ha organizado durante años con marginados, dice:  “Lo que nosotros buscamos no es lo social, es la revolución. La verdadera revolución es la de la palabra. Yo pongo el listón muy alto para arrancar a mis hermanos el lenguaje miserable al que han sido condenados por la sociedad. El dominio de las palabras es subversión e insolencia.”
La editorial Demipage ha publicado hace pocos meses una Antología bilingüe, con traducción de Francisco Javier Irazoki, en la que se recogen textos poéticos de Armand Gatti, el viejo anarquista –ha cumplido noventa años-, y es un auténtico placer leer esos versos y textos breves que rezuman rabia, confianza, lirismo y que, por “comprometidos” que sean, no caen en ningún momento en el doctrinarismo, en el eslogan fácil, en la banalidad bienintencionada. Quizá la ausencia de dogmatismo tenga que ver con su convencimiento de que “una certidumbre es una capitulación”, lo que no le lleva a la cómoda tolerancia de quien no se atreve a afirmar nada; lo que él reivindica no es la duda, sino la suposición, la hipótesis de trabajo.
Por eso, Gatti ha corregido y modificado una y otra vez sus obras, para irse adaptando al paso del tiempo que altera nuestras suposiciones. Y porque toda lengua se anquilosa, toda idea también; nada es lo mismo cuando el contexto cambia. Como él mismo afirma: “Cuando decimos de una revolución que se pudre, se trata de su lenguaje.”  Y, en otro lugar:
 “Así cada cual intentaba hablar con palabras
que, con ser idénticas,
                               no seguían iluminadas
por la misma comprensión de las cosas.”
El lenguaje es la única herramienta pero hay que desconfiar de él, porque puede ser también una forma de simplificación, de ponernos de acuerdo sin estarlo. Como la vida es compleja, sus poemas se ramifican –por ejemplo en el largo poema Muerte-obrero-, se abren en varias acciones paralelas, creando una realidad que no se puede reducir a lo evidente y negando la linealidad de los acontecimientos.
Hay en Antología mucho de autobiográfico, en un sentido amplio: un largo poema en prosa nos habla de la madre, mientras que el padre, un barrendero anarquista que murió asesinado, aparece en distintos pasajes; pero la biografía personal es también una biografía colectiva y por ello hay en sus páginas numerosas referencias a los revolucionarios y resistentes que se han ido quedando por el camino. Sin ese entrelazamiento entre el destino individual y el proceso histórico la existencia parece perder el sentido:
“Pero la Historia no está hecha para nosotros.
No estamos hechos para la Historia.
Entonces ¿para qué estamos hechos?”
En ese interés por quienes sí están hechos para la Historia, porque pretenden desviarla de su camino previsible, Gatti se acerca a acontecimientos concretos,  a la denuncia:
“Así sucumbiste de un culatazo
en medio de cubas volcadas
y letreros que reclamaban
el salario mínimo garantizado.”
Pero no se queda en el lenguaje acusador de la poesía social, porque no renuncia a un lirismo en el que caben las estrellas, la noche, los paisajes, la luna... Es fácil imaginar cómo la experiencia del paisaje y lo nocturno se inscribe en la de la lucha en alguien que a los diecisiete años se apuntó a la resistencia y vivió como maquis, y que fue condenado a muerte y a trabajos forzados cerca de Hamburgo, como sustitución de la pena capital gracias a su juventud; Gatti regresó a pie a Francia; y para ello recorrió, solo, muchos cientos de kilómetros. Ese amor por lo nocturno y por las constelaciones que guían a quien está en el monte escondido recuerdan en algún momento El enamorado de la Osa Mayor, del contrabandista y escritor Sergiusz Piasecki.
Gatti tuvo una de esas vidas interesantes sobre las que nos gusta leer pero que probablemente no nos gustaría vivir, o solo cuando ya estuviésemos seguros de que la historia termina bien. Para resumir su manera de enfrentar la vida y la literatura, baste una frase extraída de su obra de teatro La pasión del general Franco, que escribió –y luego dicen que la literatura no es útil- para recolectar dinero para los mineros asturianos en huelga en los años sesenta y que provocó un conflicto diplomático entre España y Francia, saldado con la prohibición de la obra en el país vecino: “Aquel que en este siglo nunca haya estado en prisión – nunca existió.”
Tal como están las cosas, puede que esa frase haya que acabar aplicándola también al siglo XXI.


 http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/2014/03/es-la-literatura-un-arma-cargada-de-futuro.html

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